El
líder sudafricano pasó casi 28 años entre rejas por su lucha contra el régimen
segregacionista de su país
La
lucha contra el apartheid en Sudáfrica fue un esfuerzo colectivo. Estuvo
protagonizada por la amplia y anónima mayoría negra del país, orientada por
varios dirigentes de su raza, apoyada por algunos líderes blancos y acompañada
por la indignación internacional. Pese a ello, fue un solo hombre, recluido en
prisión durante casi tres décadas, quien simbolizó la causa contra el régimen
segregacionista. Su destino individual se identificó tan estrechamente con el
de sus compatriotas negros que su liberación, hace veinte años, encarnó el
triunfo del movimiento contra la opresión blanca. Poco después, en efecto,
Sudáfrica celebrabó sus primeras elecciones multirraciales y el llamado
"preso político más famoso del mundo" recibía el premio Nobel de la
Paz, se convertía en el primer presidente negro del estado y se erigía en un
referente mundial de integridad moral, concordia social y valores democráticos.
Resistencia
activa
Fue en
la universidad, estudiando Derecho en Johannesburgo, donde Nelson Mandela
comenzó su trayectoria política. La Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo
cuando este hijo de un noble empobrecido de la tribu tembu se afilio al Congreso
Nacional Africano (CNA), el partido que defendía desde principios del
siglo XX
las reivindicaciones de la población negra. Sin embargo, ni él ni otros
jóvenes que destacarían en la emancipación racial del país sintonizaban con la
línea de esta formación, para ellos demasiado blanda ante la cerrazón
monolítica del gobierno blanco. Mandela integro con Oliver Tambo, Walter Sisulu
y otros militantes de su edad un ala más radical del CNA. El grupo, combativo
en el plano jurídico, pero fiel a la no violencia, creció dentro del partido
hasta ser el sector mas representativo. Logro, además, llevar su mensaje hasta
los rincones más remotos del país, haciendo del CNA la fuerza política por
antonomasia de la abusada ciudadanía negra. No obstante, el crecimiento
exponencial de los simpatizantes se topo con una dura realidad. Los comicios de
1948, exclusivos para descendientes de europeos, dieron la victoria al Partido
Nacional, una agrupación cuya vertiente conservadora había apoyado al nazismo
durante la guerra. Debido a sus ideas racistas (en parte sustentadas por la
creencia de la Iglesia Reformista Holandesa de que los bóers, o campesinos
neerlandeses, eran el pueblo elegido), esta formación empezó a sancionar leyes
que, en conjunto, establecieron el apartheid.
Una
causa justa
El CNA
respondió a esta nueva vuelta de tuerca de la supremacía blanca orquestando
huelgas, boicots y otros actos de desobediencia civil. Mandela se contaba entre
los principales promotores de esta campana de agitación. No en vano, defendía
un ejercicio pleno de la ciudadanía para todos las sudafricanos sin importar su
color de piel, una reforma agraria que redistribuyera las tierras con justicia,
el derecho a la agrupación en sindicatos y programas educativos que respetaran
las culturas nativas.
Junto
con su activismo político, creo con Tambo uno de los primeros bufetes de
abogados negros para brindar asesoramiento, muchas veces gratuito, a los más
castigados de su etnia. Estas posturas condujeron a que el gobierno lo acusara de
ser comunista y lo obligara a permanecer seis meses bajo vigilancia en
Johannesburgo. Pero la presión del Ejecutivo comenzó a adquirir tintes de una
autentica vendetta personal más tarde. Cuando, tras corredactar la denominada
Constitución de la Libertad, que consagraba en nombre del CNA la igualdad entre
blancos y negros, Mandela fue llevado a juicio con otros 155 miembros del
movimiento antiapartheid bajo cargos de traición. Mientras se celebraba el
macroproceso, un acontecimiento atroz dinamito cualquier entendimiento que
hubiera podido instrumentarse entre las autoridades y la población negra. En 1960,
en la localidad de Sharpeville, la policía disparó a mansalva a los manifestantes
de una protesta contra los pases que debían presentar los no europeos para
acceder a las áreas con predominio blanco. Hubo 68 muertos y 180 heridos, entre
ellos mujeres y niños. No conforme con la masacre, el gobierno ilegalizo al CNA
por incitar a la quema de esas credenciales.
El reo
numero 466/64
Mandela,
ya convertido en el jefe indiscutible del partido proscrito, replicó el fuego
con fuego pese a su mentalidad pacifista. Organizó una guerrilla, llamada Lanza
de la Nación, desde la que comandó atentados con bomba durante un año y medio,
mientras recababa respaldos internacionales mediante viajes clandestinos al
resto del continente. La Unión Sudafricana, a todo esto, se reconstituyó en la
República de Sudáfrica, un país agobiado por las tensiones interétnicas y cada
día más aislado al romper lazos con la mientras recababa respaldos
internacionales mediante viajes clandestinos al resto del continente. La Unión
Sudafricana, a todo esto, se reconstituyó en la República de Sudáfrica, un país
agobiado por las tensiones interétnicas y cada día más aislado al romper lazos
con la Commonwealth (comunidad británica de naciones) y ser sancionado por la
ONU debido al apartheid. Finalmente, Mandela fue apresado bajo la acusación de
alta traición, lo que podía acarrearle una condena a la pena capital. Su
respuesta al tribunal, sin embargo, fue dicha alto y claro: "Una sociedad
libre y democrática [...] -declaró al concluir su alegato- es un ideal por el
que estoy dispuesto a morir". No hizo falta este sacrificio. La corte,
temerosa de agravar aun más una situación muy delicada, opto por sentenciarlo a
cadena perpetua. La estrategia oficialista consistía en que la población negra
olvidara con el tiempo al prisionero numero 466/64. Primero en la penitenciaría
de máxima seguridad de Robben Island y luego en otros centros, el líder del CNA
tuvo que apelar a lo mejor de sí mismo para poder soportar casi 28 años de
cautiverio sin esperanzas de libertad a la vista y sin claudicar en sus convicciones.
El gobierno intento varias veces que renunciara a sus ideales a cambio de la
excarcelación. "Solo los hombres libres pueden negociar", contesto en
una de esas ocasiones, refiriéndose tanto a su persona como al apartheid aun
vigente. Si había libertad, debía ser incondicional.
De
hombre a símbolo
Mientras,
su esposa Winnie, generaciones posteriores de antisegregacionistas, nuevos
disturbios interraciales con desenlace sangriento y otras reivindicaciones mas
amables, entre ellas un megaconcierto en su honor televisado a todo el mundo en
1988, mantuvieron encendido en la memoria colectiva el recuerdo de Mandela. Ya
era un hombre anciano cuando, un par de años después, la presión interna e
internacional, un presidente abierto al dialogo -el reformista Frederik de
Klerk- y una tuberculosis que amenazo con hacer un mártir del reo convencieron
a la minoría blanca de Sudáfrica de que el régimen racista era insostenible.
Únicamente la liberación del ilustre prisionero, de talante conocidamente
conciliador, salvaría a la Republica de más estallidos sociales, bloqueos comerciales
y condenas de la ONU. Nelson Mandela había ingresado en la cárcel como un
influyente dirigente político. Tres décadas más tarde, dejaba atrás los barrotes
y se mostraba como un líder que desbordaba el oficio de estadista y las
fronteras de su país. Como el símbolo viviente de que un mundo mejor es posible
si se trabaja por el con entereza, generosidad y constancia al servicio de la
dignidad humana.
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