jueves, 6 de octubre de 2011

Cartago frente a Roma (Parte 4) Los Bárquidas en Iberia

Las conquistas de la familia Bárquida en la Península fueron la manera de compensar las pérdidas territoriales cartaginesas de la Primera Guerra Púnica. Roma siempre vio con desconfianza esa aventura y buscó un pretexto para declarar la guerra a Cartago.


A inicios del siglo VII a.C., los cartagineses fueron sustituyendo a los fenicios en el dominio de los emporios comerciales del Norte de África y del sur de la Península Ibérica, iniciando pronto su expansión por las islas Baleares, donde se instalaron a mediados de ese mismo siglo. Tras la derrota sufrida en la Primera Guerra Púnica -con la consecuente pérdida de Sicilia, Córcega y Cerdeña-, Cartago volvió sus ojos hacia Occidente en busca de nuevos territorios donde ejercer su dominio y, sobre todo, donde obtener los medios económicos necesarios para pagar la enorme deuda de guerra contraída con Roma. 


Amílcar, el conquistador

En el ano 237 a.C. Amílcar Barca, un prestigioso general cartaginés que se había distinguido por sus éxitos contra los romanos en la guerra de Sicilia y sus victorias en el N. de África contra los mercenarios sublevados, desembarcaba con sus tropas en la vieja ciudad fenicia de Gadir. Le acompañaban su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal, miembro, como él, de una familia de la aristocracia púnica.

Quinquerreme
Reconstrucción de una quinquerreme o barco de guerra cartaginés, modelo tomado por los griegos para la pentecótttera o nave de cincuenta remeros. Podían llevar un mástil plegable en el centro de la embarcación, con una gran vela rectangular, y otro más pequeño situado a proa; en otras ocasiones, no se hallaba dotado con velas y su único sistema de propulsión eran los remos. El impulso de éstos se aceleraba en caso de combate, empleando el espolón de proa como un ariete para abrir el barco enemigo en la línea de flotación y hundirlo. Muchos de los elementos de estos barcos se montaban a partir de piezas prefabricadas. 

Los romanos, incapaces de aceptar su propia responsabilidad frente a los cartagineses, le atribuyeron luego intenciones perversas, como preparar, movido por el odio, una guerra de revancha. Pero sus motivos reales eran otros. La conquista de Ibería habría de suplir la pérdida de Sicilia y Cerdeña tras la conclusión de la guerra en el 241 a.C., asegurando a Cartago el acceso a los recursos y riquezas que su anterior hegemonía marítima había garantizado hasta entonces. Amílcar situó pronto bajo su dominio a los pueblos de la costa, íberos turdetanos, y algunos, de raigambre celta, ubicados más al interior. La resistencia fue menor en las zonas costeras, en contacto desde muy antiguo con los fenicios y púnicos. Luego, una coalición dirigida por dos jefes locales, Istolacio e Indortes, intentó detener su avance hacia Sierra Morena. Istolacio fue derrotado y murió en la batalla, tras la cual Amílcar incorporó a su ejército a los tres mil prisioneros que habían hecho los cartagineses. Indortes no corrió mejor suerte: sus guerreros fueron derrotados, antes incluso de entrar en combate, y muchos de ellos aniquilados por las tropas de Amílcar en la huida. El propio Indortes fue sometido a una muerte terrible: ceguera, tortura y crucifixión, normalmente reservado a los desertores.

Estas victorias le dieron a Amílcar el control de las principales zonas mineras de Andalucía y Gadir, que hasta entonces sólo había emitido monedas de bronce, estuvo desde ya en condiciones, junto con otras cecas cartaginesas, de acuñar moneda de plata de extraordinaria calidad. Luego se vió obligado a paralizar su campaña conquistadora porque el estallido de una revuelta de los númidas en el Norte de África le obligó a enviar a su yerno Asdrúbal, con una parte de las tropas, para sofocarla.

Sometidos los africanos, la atención de Amílcar se centró en la Andalucía oriental, el Sureste y el Levante, donde fundó la que sería desde entonces su base de operaciones: Akra Leuke, en las proximidades de Alicante -algunos, no obstante, la sitúan cerca de Cástulo, en Jaén-. Desde allí emprendió nuevas conquistas con el fin de apoderarse de las comarcas, ricas en plata, de Cartagena y Cástulo, y de las minas de hierro y cobre del litoral de Murcia, Málaga y Almería. En el año 231 a.C. una embajada romana visitaba a Amílcar, que argumentó que tan sólo combatía en Iberia por la necesidad de obtener los medios que permitieran a Cartago satisfacer su deuda de guerra con Roma, respuesta a la que los legados no encontraron objeciones que poner. Las conquistas prosiguieron, pero en el invierno del 229-228 a.C. Amílcar pereció luchando en el cerco de Helike (¿Elche?), cuando fue atacado por sopresa por un pueblo que acudió en ayuda de los sitiados.

Asdrúbal, el político

Tras la muerte de Amílcar, Asdrúbal fue proclamado comandante en jefe por las tropas, según una costumbre de los ejércitos helenísticos de la época. El gobierno de Cartago ratificó el nombramiento. Tras recibir refuerzos de África, acometió la conquista de toda la Oretania, para vengar la muerte de Amílcar y para controlar las riquezas mineras de la región y los caminos que conducían a la costa. Muchas poblaciones fueron sometidas y sus ciudades reducidas a la categoría de tributarias. Luego emprendió una política de acercamiento hacia los nativos, desposándose con un princesa indígena, granjeándose la amistad de los notables locales y llegando a ser aclamado jefe supremo de los íberos. Ejercía el mando con cordura e inteligencia y prefería los métodos diplomáticos a los militares. Estableció lazos de hospitalidad con los jefes autóctonos y con los pueblos que ganó a su alianza por medio de la amistad de sus dirigentes.

Asdrúbal fundó, en las cercanías del cabo de Palos, una ciudad para convertirla en centro político, económico y estratégico, a la que denominó Qart Hadasht, igual que la metrópolis, y que los romanos llamarían Carthago Nova (Cartagena). La capital de Asdrúbal, situada en uno de los mejores abrigos de la costa meridional, facilitaba el control de la explotación de las minas de plata de la región, contaba con un excelente puerto y disponía en sus proximidades de explotaciones de sal y de campos de esparto, muy útiles para el mantenimiento de la flota. La ciudad, que albergaba un palacio, así como diversos templos, llegó a tener cuarenta mil habitantes y se convirtió en un arsenal y un centro manufacturero de primera magnitud. Recientemente se ha descubierto en Cartagena un tramo de la muralla púnica, y en el llamado Cerro del Molinete -una de las cinco colinas que rodeaban la ciudad cartaginesa y romana- se han encontrado restos de un posible santuario púnico. Una excavación de urgencia ha documentado, así mismo, una serie de habitaciones de un edificio relacionado con actividades pesqueras que fue destruido en el asalto a la ciudad por Escipión en el 209 a.C.

Carthago Nova, cuya población estaba compuesta por artesanos, menestrales y hombres de mar, llegó a contar unos dos mil trabajadores especializados. Aunque desconocemos su régimen jurídico, sabemos que en Cartago los trabajos artesanales y especializados eran desempeñados normalmente por hombres libres. Tras su conquista, Escipión dejó en libertad a un buen número de sus habitantes mientras que otros pasaron a convertirse en propiedad del pueblo romano. Probablemente estos últimos eran siervos o esclavos de los Bárquidas, empleados en los trabajos de las canteras y los arsenales, como sucedía con este tipo de trabajadores en la metrópolis. También el trabajo en las minas y en las explotaciones de sal, que eran un monopolio de los cartagineses, fue realizado por siervos o esclavos.

En el 226 a.C. Asdrúbal recibía en Carthago Nova una nueva embajada romana que se interesaba por los progresos de los cartagineses en la Península. El resultado de las negociaciones que se entablaron fue un tratado en el que ambas partes se comprometían a no atravesar en armas el río Ebro, que de esta forma se convertía en el límite de los territorios sometidos a Cartago en la Península.

Cinco años más tarde, y tras ocho de ejercer el mando, Asdrúbal era asesinado en sus aposentos en circunstancias oscuras, a manos, al parecer, de un galo que quería saldar una afrenta personal y vengar a su señor.



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