Mucha
gente ha quedado extasiada ante la
máscara dorada de Tutankamón, maravillándose ante la destreza con que ha sido
realizada, de sus materiales o por su mera belleza. No obstante, pocos piensan
en la persona que la llevó durante miles de años y muchos menos saben que fue
decapitado por los arqueólogos para poder sacar la máscara y presentársela al
mundo.
Tutankamón
nació hacia 1334 a. C., probablemente en Amarna, la ciudad de su padre Ajenatón
(aunque los expertos difieren sobre el linaje del niño rey). Ajenatón fue un
reformador religioso que cerró todos los templos de Egipto y trasvasó todos los
cultos que estos recibían hacia el culto de Atón, el disco solar, la deidad que
se adoraba en Amarna. Debido a este cambio religioso, muchos asumen
erróneamente que Ajenatón era monoteísta. Aunque prohibió que se adorase a
ningún otro dios que no fuera Atón, únicamente el faraón y la familia real
podrían adorarlo de manera directa. El resto únicamente tenía acceso al dios a
través del propio Ajenatón, casi como si se igualara a la deidad. Por lo tanto,
había dos dioses: Atón y Ajenatón.
Ajenatón
concentró todas sus energías en su nueva ciudad y en su religión. Raramente
abandonó las fronteras de Amarna, lo que puede que resultara apropiado para un
sacerdote, aunque no para un rey. Así,
el poder que Egipto ejercía sobre Oriente Próximo poco a poco empezó a verse
debilitado al dejar desatendidos a sus estados vasallos y permitir que el cada
vez más poderoso ejército hitita se hiciese con el control de la región.
Tutankamón
llegó al mundo en medio de esta época de inestabilidad política y fervor
religioso. Creció en Amarna, a salvo de la inquietud política que se sentía por
todo el país. Cuando Tutankamón contaba con tan sólo ocho años de edad, una
plaga asoló la ciudad y acabó con gran parte de su familia, con lo que el
pequeño se vio inmerso de golpe en la vida política adulta al ser coronado rey.
Tras diez años de reinado,
Tutankamón murió a los 18 años de edad. Hay quien piensa que fue asesinado
justo cuando estaba a punto de alcanzar una edad en la que ya resultaba difícil
de controlar. No obstante, según los resultados de la tomografía computerizada
llevada a cabo en 2005, en su cadáver no aparece ningún indicio al respecto.
Aún así, no cabe duda de que el debate sobre las causas de su muerte seguirá
trayendo cola durante muchos años. No se han publicado demasiados estudios que
traten los 18 años de vida de Tutankamón, aunque en su tumba aparecen varios
objetos personales que nos indican quién pudo ser este niño-rey.
En su infancia, Tutankamón
fue un chico al que le gustaba jugar fuera de casa y volvía con las rodillas
magulladas y los zapatos llenos de barro. Parece seguro que el joven Tutankamón
aprendió a valerse por sí mismo. Entre su colección de bastones se halla un
junco montado en oro con la inscripción "Junco que su majestad cortó con
sus propias manos", lo que indica que en su juventud se había sentado y
grabado su bastón con un objeto punzante. Obviamente, se sentía muy orgulloso
de su logro, y alguien montó el bastón en una empuñadura, tal vez como símbolo
de indulgencia o por verdadera admiración ante los talentos del joven.
Existen otras pruebas de
su gusto por las actividades al aire libre, como demuestra el utensilio para
encender fuego que se encontró en su tumba. Tal utensilio consta de dos partes,
una base perforada con pequeños agujeros y un palo que se colocaba en dichos
agujeros y se frotaba hasta que saltaba una chispa y se encendía un fuego.
Tales destrezas resultaron
útiles para el joven príncipe y futuro rey, a quien le gustaba mucho, además,
cazar y hacer carreras en carro. Aunque en su tumba aparecen numerosas imágenes
del rey llevando a cabo estas actividades pintadas en objetos más tradicionales
propios de la realeza, existen pruebas suficientes que atestiguan que se
trataba de aficiones verdaderas más que de montajes propagandísticos.
El arte de la guerra y el
manejo de los carros formaban parte de la educación tradicional de la realeza y
ya a los cinco años Tutankamón los estaba estudiando, como prueban las armas de pequeño tamaño
descubiertas en su tumba, entre las que se incluyen bumeranes, tirachinas,
cimitarras y arcos y flechas. También se encontraron guantes de pequeño tamaño,
como los que se utilizaban en el manejo de carros y en equitación. Parece
probable que Tutankamón participase en los desfiles de carros diarios que se
organizaban en Amarna, que proporcionaban a las gentes de la ciudad la
oportunidad de ver al rey Ajenatón y a la familia real.
La tumba de Tutankamón
también cuenta con cuatro impresionantes carros de caza que pudieron haber sido
utilizados para ir al desierto a cazar leones, gacelas y toros salvajes. Las
presas se iban haciendo cada vez más grandes y salvajes a medida que el rey
cumplía años y se hacía más fuerte. Aunque no en su tumba, también se ha
encontrado una imagen en un talatat
reutilizado perteneciente al noveno pilón de Karnak, en el que se puede ver
cómo Tutankamón participa en la cacería de un león y un toro salvaje y luce
toda su destreza y su valor en el campo. Puede que las plumas de avestruz que
adornan su famoso abanico de oro fueran tomadas de uno que hubiera cazado el
propio rey. Y puede que se celebraran numerosos festines en el palacio,
rebosantes de liebres, gacelas y toros salvajes que el joven Tutankamón cazara.
O que el rey no mostrara talento alguno a la hora de cazar y montar en carro,
sino que simplemente disfrutara de la emoción de la persecución.
Nunca llegaremos a
comprender por completo la vida de este enigmático niño rey, pero al menos
podremos identificarnos con la emoción y la ilusión que sentía cuando subía a
su carro y miraba el llano desierto que se extendía frente a él, sabiendo que
durante unas pocas horas podría olvidarse de intrigas palaciegas,
inestabilidades políticas y reformas religiosas. Tan solo existían él, sus
caballos y el desierto.
Charlotte
Booth es profesora de Egiptología en
el Birbeck College de Londres. Este artículo está basado en su libro The boy behind the mask: meeting the real Tutankhamun, Oneworld
Publications, 2007. En español acaba de
publicar
El secreto de la esfinge y otros misterios del Antiguo Egipto. Crítica. 2010.
¿Murió de malaria?
Un estudio reciente publicado en The Journal of the American Medical Association (http://
jama.ama-assn.org) llevado a cabo por un equipo capitaneado por Zahi Hawass,
jefe del Consejo Superior de Antigüedades Egipcias, ha concluido que —tras
largos debates acerca de las causas del fallecimiento del niño rey— el
verdadero motivo de su muerte parece ser que fue el paludismo, unido a diversas
enfermedades óseas.
Ello explicaría la enorme
cantidad de bastones encontrados en su tumba, que el monarca utilizaría para
ayudarse al caminar, así como la profusión de productos médicos y la pierna
roturada que se pudo ver con el escaneado de la momia (una caída y su
consiguiente fractura habrían provocado la infección por malaria). La
investigación también ha sacado a la luz nuevas teorías acerca del árbol
genealógico cercano a Tutankamón, aunque la polémica sigue abierta en lo
referente a sus padres.
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