La noticia de que unos
extraños visitantes habían alcanzado la costa llegó a la capital azteca de boca
de un mensajero muy fuera de lo común: un campesino sin orejas ni dedos de los
pies. El correo llegó al palacio de Moctezuma asegurando que había visto una
gran montaña flotando en el mar. La primera reacción del gobernante fue enviar
un sacerdote a investigar tan curiosa historia. Cuando el sacerdote regresó a
Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca, habló de enormes torres en el
océano, habitadas por extranjeros de piel blanca. Moctezuma no podía saber, de
ninguna manera, que tal extraño avistamiento marcaría el principio de una serie
de asombrosos acontecimientos que terminarían por llevar a la destrucción del
imperio y a su propia prematura muerte.
Moctezuma II, el noveno
huey tlatoani (gran orador) de los
aztecas de México, subió al poder en 1502 en una época del mundo azteca a la
vez triunfal y llena de peligros. El imperio nunca había sido más grande, y el
mismo Moctezuma constituye uno de los personajes más poderosos y fascinantes de
su historia.
Según los asombrados
españoles que fueron testigos de su forma de vida, Moctezuma tenía miles de
sirvientes, todos nobles, que le servían increíbles manjares en platos de oro.
Llevaba ropa nueva cada día y como diversión contaba con un elenco de enanos,
engendros de la naturaleza y su propio zoológico. Además, de él también se dice
que 150 de sus mujeres estuvieron embarazadas al mismo tiempo. No obstante, tal
magnificencia sufrió un final abrupto y violento en 1521, cuando la capital
azteca fue destruida por los famosos conquistadores españoles, liderados por
Hernán Cortés.
El
gran dios
Si nos fiamos de las
fuentes del siglo XVI, Moctezuma desempeñó un papel más bien vergonzoso en la
derrota de su pueblo. En vez de movilizar sus fuerzas contra los invasores, que
de hecho se veían varias veces superados en número, el tlatoani se quedó paralizado por el miedo, viendo avanzar a los
conquistadores, aterrado por una serie de profecías y con el convencimiento de
que Cortés era la reencarnación del gran dios Quetzalcoatl. Como una mujer oculta
había gritado en la noche y un cometa había cruzado los cielos, Moctezuma
intentó entonces apaciguar a los españoles sobornándolos con elaboradas
ofrendas de oro para que no invadieran la ciudad. Cuando los conquistadores
llegaron a sus puertas, les dio la bienvenida y se sometió a sus dictados. Acto
seguido, Cortés lo agarró y lo obligó a actuar como un títere en sus manos
hasta el mismo momento de su muerte, ya fuera a manos de los españoles o de sus
propios súbditos descontentos.
Esta imagen de sumiso
colaborador resulta ciertamente tentadora, y es la que ha dominado las crónicas
tradicionales de la conquista española. Uno de los primeros cronistas pone en
contraposición a un "asustadizo y medroso" Moctezuma con un Cortés
"noble y valiente". Esta yuxtaposición de héroe y villano puede
resultar muy conveniente, pero se ha visto puesta recientemente en duda. Si
juzgamos las acciones de Moctezuma teniendo en cuenta las expectativas de los
indígenas más que los parámetros de la historia, tal vez podamos ver al tlatoani bajo otra luz totalmente
distinta. La realidad es que Moctezuma fue víctima tanto de la tendencia
española a romantizar sus victorias como del deseo de los aztecas de justificar
su derrota.
Como Cortés pretendía
justificar y ensalzar una conquista que resultaba legalmente dudosa, redundaba
en su interés sugerir que el tlatoani se hubiera rendido de manera voluntaria a
los españoles y que hubiera apoyado la iniciativa de los conquistadores. Por lo
tanto, el discurso de bienvenida de Moctezuma, formulado de manera ambigua en
el elaborado lenguaje cortesano azteca, se vio transformado en las diferentes
historias en una deferente rendición de todos sus poderes. Las ofrendas,
enviadas por el tlatoani como muestra
de su riqueza y generosidad, se convirtieron en una concesión a la superioridad
de los españoles. Y la invitación de Moctezuma a que entraran en la ciudad,
entendida como una oportunidad de exhibir su magnificencia y poder, supuso un
error fatal que llevó a la destrucción del Imperio azteca.
El enfoque que dieron
los españoles al papel que desempeñó Moctezuma en la conquista también les
resultó idóneo a los historiadores indígenas. Al ser una nación de orgullosos
guerreros, los aztecas difícilmente podían aceptar la ignominia que suponía la
derrota, con lo que necesitaban encontrar una explicación para su hundimiento.
Y encontraron la excusa perfecta en las vacilaciones de un líder débil y
crédulo.
Sin embargo, no existen
pruebas reales que corroboren las afirmaciones indígenas de que se hubieran
tenido malos presagios antes de la conquista, o de que Moctezuma se hubiera
quedado paralizado presa del pánico a la vista del avance de los españoles. Las
profecías formaban parte de la ideología mesoamericana y, debido a su
concepción cíclica del tiempo, a los aztecas les resultó idóneo creer que su
derrota había estado predestinada, con lo que se les absolvía así de culpa
alguna y se fomentaba el mito de que Moctezuma se hubiera derrumbado
psicológicamente a la vista de su inminente derrota.
La idea de la
intervención divina también favorecía a los misioneros españoles que escribían
las crónicas de los primeros encuentros, ya que corroboraba la naturaleza
providencial y divina de la conquista. La identificación de Cortés con
Quetzalcoatl parece ser culpa de una mala traducción y de una invención
posterior, pero también encajaba a la perfección con los deseos, tanto de
españoles como indígenas, de retratar la conquista como algo inevitable.
A pesar de las críticas
proferidas por historiadores españoles y aztecas, Moctezuma no fue ningún
cobarde. De hecho, fue uno de los gobernantes de más éxito y con carácter más
beligerante de la historia azteca. Para este experimentado general y veterano defensor de su pueblo, la
decisión de dar la bienvenida a los españoles ciertamente supuso un error de
táctica, pero resulta totalmente comprensible dentro del contexto bélico
mexicano.
Los españoles introdujeron una forma de lucha
completamente nueva en México, ya que allí se desconocía el combate a muerte
(sin captura), el ataque sin previo aviso, el tiro a distancia y el sitio a
poblados. Todas estas tácticas eran consideradas por los aztecas como
deshonrosas e injustas. Moctezuma no podía haber estado preparado para
enfrentarse ni a las armas de los conquistadores ni a sus tácticas, y
sobrestimó peligrosamente el peligro que suponían.
No obstante, Moctezuma no tenía forma alguna de saber
que los conquistadores iban a resultar unos oponentes tan poco transigentes. La
mayoría de sus adversarios podían ser sobornados o aterrorizados para que
accediesen a formar parte del Imperio azteca. Sin embargo, los españoles no
honraban las tradiciones bélicas ni comprendían la diplomacia mesoamericana.
No cabe ninguna duda de que la decisión del líder
azteca de dejar entrar a los españoles en la ciudad fue un riesgo mal
calculado, diseñado para demostrar su propia autoridad, pero que resultó
totalmente fatídico. Una vez que Cortés tuvo agarrado a Moctezuma, su manto de
mística autoridad se deshizo en pedazos. Ya se habían nombrado sucesores
incluso antes de que el líder azteca muriera. Primero Cuitlahuac y luego
Cuauhtemoc, el valiente guerrero que en México es considerado realmente el
último tlatoani. Esta sustitución en
vida de un líder no tenía precedentes, y era signo de que la muerte espiritual
de la autoridad de Moctezuma se había producido mucho antes de que muriera su
cuerpo. A partir de aquí, su reputación de cobarde que había abandonado a su
pueblo quedó fijada.
Aún así, Moctezuma se encontró en una situación
imposible: se enfrentaba a un enemigo ingenioso y bien equipado, capaz de
organizar a tribus descontentas en su contra y que no jugaba limpio. Como
respuesta, intentó apaciguar a los conquistadores de manera pública, mientras
en secreto organizaba sus recursos físicos y espirituales para hacerles frente
espiando, conspirando y lanzando hechizos.
Asimismo, aunque los aztecas no se hubieran rendido
ante el destino, en cierto sentido estaban predestinados a la derrota. La sed
de oro y tierras de los españoles era de una fuerza tan irresistible que tal
vez podría haber sido contenida, mas nunca saciada.
Moctezuma no fue una víctima pasiva y cobarde de los
conquistadores, sino de la historia. Un líder desafortunado cuya derrota ha
conseguido manchar su reputación de manera permanente, tachándolo de traidor,
de colaborador, de chivo expiatorio.
Caroline
Dodds Pennock es profesora de la Universidad de Leicester y autora de Lazos de sangre. Género, vida y sacrificio
en la cultura azteca, Palgrave Macmiller, 2008 inédito en español. Restali, Matthew. Los siete mitos de la conquista española, Paidós 2004. Thomas, Hugh, La conquista de México, Planeta. 1994.
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