domingo, 23 de octubre de 2011

La moral en la II Guerra Mundial (Michael Burleigh)

El historiados Michel Burleigh analiza la moral en la II Guerra Mundial
«La moral importa para que la opinión pública crea que haces lo correcto»
«Una guerra robótica sería más humana. El robot no conoce la venganza»

Cuando un historiador inglés se arremanga para escudriñar entre los archivos de la II Guerra Mundial, anuncia que terminará descubriendo a qué huele la batalla: "Cualquiera que haya disparado un rifle de alta velocidad sabe que es como desencadenar un rayo, pues las armas prolongan el poder del hombre y anulan la necesidad de fuerza física. Muchos veteranos de rodos los bandos también observaron que la guerra moderna poseía belleza estética, era una sinfonía pirotécnica de polvo, fuego de colores y densa humareda. También tenía un olor singular, a cordita, a gasolina, a sangre con aroma a cobre y al olor dulce y repugnante de la carne humana recién muerta". La prosa recreativa es de uno de los investigadores más alabados de su generación. Michael Burleigh, que con su nuevo ensayo Combate moral (Taurus), vuelve al tema que le encumbró como referencia, la guerra total.

Si en El Tercer Reich, por el que fue galardonado con el Premio Samuel Johnson en 2001, el autor británico de 55 años trató el totalitarismo, ahora analiza la moral en el conflicto, defendiendo "el esfuerzo de guerra aliado". La moral estaba del lado de los aliados, para Burleigh, porque "los nazis (y sus cómplices) trataron fundamentalmente de alterar el entendimiento moral de la humanidad de formas que se alejaban de las normas morales de la civilización occidental". Defiende su punto de vista y separa ley de moral: incumplieron la primera con "sus acciones depredadoras", y defendieron un "alambicado marco moral", que definía su violencia purificadora como necesaria y justificada.

Nuevo ser moral

"Tanto Hitler, como Mussolini, como Franco trataron de crear un nuevo ser moral. Querían una persona parecida a un espartano, alguien muy bien preparado físicamente y con una condición moral muy limitada con los demás. Franco es algo distinto, croo. No tiene la misma ambición imperial. Pero sí forma parte de la misma familia ideológica de Hitler y Mussolini", explica el ensayista, que aclara que el dictador español "venía de una posición más reaccionaria".

Burleigh es la esencia del historiador amante del detalle, aunque esté más allá del archivo. Incluso, más allá de la distancia moral que suele exigírsele al oficio: "Sí, me alié con los aliados porque el Eje no hizo caso a ningún tipo de norma internacional. Les dieron muchas oportunidades para comprometerse y llegar a un acuerdo, como reducir el número de buques en el Pacífico. Pero no lo aceptaron y decidieron ir a la guerra. Además, los nazis tenían una visión racial del futuro de la humanidad. Rechazaron toda la tradición moral de la civilización occidental, por lo que no sorprende que todo el mundo entrara en guerra contra esta visión".

La moral y la mentira

En este sentido, recalca la importancia de la moral en un conflicto. Lo importante, para nuestro autor, no es que la moral rija en las decisiones, sino que "la opinión pública crea que estás haciendo lo correcto". "La moral es un factor estratégico muy importante en la guerra y cada vez lo es más. Por ejemplo, los esfuerzos bélicos estadounidenses han sido dañados por la moral de Guantánamo", explica el historiador a este periódico. Conclusión, la moral se estira hasta convertirla en trapo para limpiar las suciedades.

"Hoy, incluso, es más complicado, porque en cada ataque en Afganistán ha habido 68 personas sentadas en una sala de control de mandos en EEUU, entre los que figuran muchos abogados que deciden qué se puede hacer y qué no. Estamos mucho más limitados que antes, y la gente no se da cuenta de eso". En principio, ¿no es un avance limitar una intervención militar con el derecho internacional en la mano? "Bueno, debe ser frustrante para un mando militar no poder tomar decisiones sin los abogados".

Burleigh mira el futuro del campo de batalla y ve ordenadores resolviendo el conflicto. "La artillería informatizada calcula si hay demasiadas bajas para desactivarse automáticamente. Es decir, las máquinas están tomando decisiones morales. Una guerra robótica quizá sería más humana. Porque los robots no conocen el rencor ni la venganza. Quizás los robots sean más humanos que nosotros", predice olvidando que la venganza es algo muy humano.

Puede que a veces resuene el eco de un periodista de sangre caliente, y en otras el catedrático de Oxford que fue. El resultado es un ensayo que corre como una novela y un libro dividido en dos: primero, la narración histórica, donde contextualiza los acontecimientos y, después, el debate moral del combare. No hay grandes avances en los hechos que ya se conocían, pero sí se hace original cuando entra a examinar la ética de los bombardeos, el Holocausto, las decisiones de los mandos.

A pesar de su punto de vista parcial, ha encontrado conductas morales reprobables en los aliados: "Aparte de los crímenes de guerra a pequeña escala, que siempre se dan, fue la decisión de repatriar cientos de miles de rusos que fueron obligados a luchar a favor de los alemanes. Llegaron a Rusia para ser fusilados. Aquello fue un crimen".

¿Los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki pueden compararse con el Holocausto? "No, no se puede comparar, porque en cualquier tipo de bombardeo los que combaten corren el riesgo de morir por su acción. Disparar a cien judios en una fosa no es ningún riesgo para el que está disparando, una masacre pura y dura", expone. Y en cuanto a la bomba atómica, asegura que EEUU habría perdido 600.000 soldados en una posible invasión a Japón, en las tres primeras semanas. "Con estos números decidieron dejar caer las bombas y acabar la guerra". ¿Sin alternativas o sin ideas? 



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