jueves, 17 de marzo de 2011

Moctezuma, ¿colaborador o víctima?

Moctezuma
La noticia de que unos extraños visitantes habían alcanzado la costa llegó a la capital azteca de boca de un mensajero muy fuera de lo común: un campesino sin orejas ni dedos de los pies. El correo llegó al palacio de Moctezuma asegurando que había visto una gran montaña flotando en el mar. La primera reacción del gobernante fue enviar un sacerdote a investigar tan curiosa historia. Cuando el sacerdote regresó a Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca, habló de enormes torres en el océano, habitadas por extranjeros de piel blanca. Moctezuma no podía saber, de ninguna manera, que tal extraño avistamiento marcaría el principio de una serie de asombrosos acontecimientos que terminarían por llevar a la destrucción del imperio y a su propia prematura muerte.

Moctezuma II, el noveno huey tlatoani (gran orador) de los aztecas de México, subió al poder en 1502 en una época del mundo azteca a la vez triunfal y llena de peligros. El imperio nunca había sido más grande, y el mismo Moctezuma constituye uno de los personajes más poderosos y fascinantes de su historia.

Según los asombrados españoles que fueron testigos de su forma de vida, Moctezuma tenía miles de sirvientes, todos nobles, que le servían increíbles manjares en platos de oro. Llevaba ropa nueva cada día y como diversión contaba con un elenco de enanos, engendros de la naturaleza y su propio zoológico. Además, de él también se dice que 150 de sus mujeres estuvieron embarazadas al mismo tiempo. No obstante, tal magnificencia sufrió un final abrupto y violento en 1521, cuando la capital azteca fue destruida por los famosos conquistadores españoles, liderados por Hernán Cortés.

El gran dios

Si nos fiamos de las fuentes del siglo XVI, Moctezuma desempeñó un papel más bien vergonzoso en la derrota de su pueblo. En vez de movilizar sus fuerzas contra los invasores, que de hecho se veían varias veces superados en número, el tlatoani se quedó paralizado por el miedo, viendo avanzar a los conquistadores, aterrado por una serie de profecías y con el convencimiento de que Cortés era la reencarnación del gran dios Quetzalcoatl. Como una mujer oculta había gritado en la noche y un cometa había cruzado los cielos, Moctezuma intentó entonces apaciguar a los españoles sobornándolos con elaboradas ofrendas de oro para que no invadieran la ciudad. Cuando los conquistadores llegaron a sus puertas, les dio la bienvenida y se sometió a sus dictados. Acto seguido, Cortés lo agarró y lo obligó a actuar como un títere en sus manos hasta el mismo momento de su muerte, ya fuera a manos de los españoles o de sus propios súbditos descontentos.

Esta imagen de sumiso colaborador resulta ciertamente tentadora, y es la que ha dominado las crónicas tradicionales de la conquista española. Uno de los primeros cronistas pone en contraposición a un "asustadizo y medroso" Moctezuma con un Cortés "noble y valiente". Esta yuxtaposición de héroe y villano puede resultar muy conveniente, pero se ha visto puesta recientemente en duda. Si juzgamos las acciones de Moctezuma teniendo en cuenta las expectativas de los indígenas más que los parámetros de la historia, tal vez podamos ver al tlatoani bajo otra luz totalmente distinta. La realidad es que Moctezuma fue víctima tanto de la tendencia española a romantizar sus victorias como del deseo de los aztecas de justificar su derrota.

Como Cortés pretendía justificar y ensalzar una conquista que resultaba legalmente dudosa, redundaba en su interés sugerir que el tlatoani se hubiera rendido de manera voluntaria a los españoles y que hubiera apoyado la iniciativa de los conquistadores. Por lo tanto, el discurso de bienvenida de Moctezuma, formulado de manera ambigua en el elaborado lenguaje cortesano azteca, se vio transformado en las diferentes historias en una deferente rendición de todos sus poderes. Las ofrendas, enviadas por el tlatoani como muestra de su riqueza y generosidad, se convirtieron en una concesión a la superioridad de los españoles. Y la invitación de Moctezuma a que entraran en la ciudad, entendida como una oportunidad de exhibir su magnificencia y poder, supuso un error fatal que llevó a la destrucción del Imperio azteca.

El enfoque que dieron los españoles al papel que desempeñó Moctezuma en la conquista también les resultó idóneo a los historiadores indígenas. Al ser una nación de orgullosos guerreros, los aztecas difícilmente podían aceptar la ignominia que suponía la derrota, con lo que necesitaban encontrar una explicación para su hundimiento. Y encontraron la excusa perfecta en las vacilaciones de un líder débil y crédulo.

Sin embargo, no existen pruebas reales que corroboren las afirmaciones indígenas de que se hubieran tenido malos presagios antes de la conquista, o de que Moctezuma se hubiera quedado paralizado presa del pánico a la vista del avance de los españoles. Las profecías formaban parte de la ideología mesoamericana y, debido a su concepción cíclica del tiempo, a los aztecas les resultó idóneo creer que su derrota había estado predestinada, con lo que se les absolvía así de culpa alguna y se fomentaba el mito de que Moctezuma se hubiera derrumbado psicológicamente a la vista de su inminente derrota.

La idea de la intervención divina también favorecía a los misioneros españoles que escribían las crónicas de los primeros encuentros, ya que corroboraba la naturaleza providencial y divina de la conquista. La identificación de Cortés con Quetzalcoatl parece ser culpa de una mala traducción y de una invención posterior, pero también encajaba a la perfección con los deseos, tanto de españoles como indígenas, de retratar la conquista como algo inevitable.

A pesar de las críticas proferidas por historiadores españoles y aztecas, Moctezuma no fue ningún cobarde. De hecho, fue uno de los gobernantes de más éxito y con carácter más beligerante de la historia azteca. Para este experimentado general y veterano defensor de su pueblo, la decisión de dar la bienvenida a los españoles ciertamente supuso un error de táctica, pero resulta totalmente comprensible dentro del contexto bélico mexicano.

Los españoles introdujeron una forma de lucha completamente nueva en México, ya que allí se desconocía el combate a muerte (sin captura), el ataque sin previo aviso, el tiro a distancia y el sitio a poblados. Todas estas tácticas eran consideradas por los aztecas como deshonrosas e injustas. Moctezuma no podía haber estado preparado para enfrentarse ni a las armas de los conquistadores ni a sus tácticas, y sobrestimó peligrosamente el peligro que suponían.

No obstante, Moctezuma no tenía forma alguna de saber que los conquistadores iban a resultar unos oponentes tan poco transigentes. La mayoría de sus adversarios podían ser sobornados o aterrorizados para que accediesen a formar parte del Imperio azteca. Sin embargo, los españoles no honraban las tradiciones bélicas ni comprendían la diplomacia mesoamericana.

No cabe ninguna duda de que la decisión del líder azteca de dejar entrar a los españoles en la ciudad fue un riesgo mal calculado, diseñado para demostrar su propia autoridad, pero que resultó totalmente fatídico. Una vez que Cortés tuvo agarrado a Moctezuma, su manto de mística autoridad se deshizo en pedazos. Ya se habían nombrado sucesores incluso antes de que el líder azteca muriera. Primero Cuitlahuac y luego Cuauhtemoc, el valiente guerrero que en México es considerado realmente el último tlatoani. Esta sustitución en vida de un líder no tenía precedentes, y era signo de que la muerte espiritual de la autoridad de Moctezuma se había producido mucho antes de que muriera su cuerpo. A partir de aquí, su reputación de cobarde que había abandonado a su pueblo quedó fijada.

Aún así, Moctezuma se encontró en una situación imposible: se enfrentaba a un enemigo ingenioso y bien equipado, capaz de organizar a tribus descontentas en su contra y que no jugaba limpio. Como respuesta, intentó apaciguar a los conquistadores de manera pública, mientras en secreto organizaba sus recursos físicos y espirituales para hacerles frente espiando, conspirando y lanzando hechizos.

Asimismo, aunque los aztecas no se hubieran rendido ante el destino, en cierto sentido estaban predestinados a la derrota. La sed de oro y tierras de los españoles era de una fuerza tan irresistible que tal vez podría haber sido contenida, mas nunca saciada.
Moctezuma no fue una víctima pasiva y cobarde de los conquistadores, sino de la historia. Un líder desafortunado cuya derrota ha conseguido manchar su reputación de manera permanente, tachándolo de traidor, de colaborador, de chivo expiatorio. 

Caroline Dodds Pennock es profesora de la Universidad de Leicester y autora de Lazos de sangre. Género, vida y sacrificio en la cultura azteca, Palgrave Macmiller, 2008 inédito en español. Restali, Matthew. Los siete mitos de la conquista española, Paidós 2004. Thomas, Hugh, La conquista de México, Planeta. 1994.

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