domingo, 11 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 1) Persia, Grecia y Macedonia

PERSIA, GRECIA Y MACEDONIA

Para comprender el lugar de Alejandro Magno en la historia es necesario considerar previamente el curso de los acontecimientos que habían determinado las relaciones de Grecia con Persia durante el anterior siglo y medio. Las ciudades griegas de la costa asiática del mar Egeo habían estado sujetas de una manera no muy firme a los reyes lidios de Sardis, hasta que la misma Lidia fue sobrepasada por el ascenso meteórico de Persia como potencia imperial.

Los persas, al igual que los lidios, fueron en general unos vencedores apacibles. Hasta el año 499 a.C. no se rebelaron las ciudades griegas de la costa, y cuando recibieron ayuda de la Grecia continental, los reyes persas Darío y Jerjes realizaron dos fracasadas expediciones de castigo contra Grecia en el año 490 y 480 a.C. respectivamente.

Las invasiones persas fueron repelidas y la independencia de Grecia quedó asegurada. Sin embargo, las ciudades griegas pronto reanudaron las hostilidades entre sí, y la larga guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas (431-404 a. C.), con sus cambiantes esquemas de alianzas y confrontaciones, terminó agotando a Grecia. Si los persas fueron incapaces de aprovechar la debilidad griega, fue porque ellos mismos, tras la muerte de Jerjes en el 464 a. C., habían entrado en un período de debilidad militar. El inmediato sucesor de Jerjes, Atajerjes I, demostró tener una considerable capacidad diplomática, pero en el 404 Persia perdió control sobre Egipto; esta provincia volvería a ser recuperada para el imperio persa por Atajerjes III, con la ayuda del líder mercenario griego Mentor, en el 343 a.C.

En los últimos años de la guerra del Peloponeso, los sátrapas persas (gobernadores provinciales) del Asia Menor, actuando a veces de forma combinada y otras independientemente, prestaron su apoyo alternativamente a las ciudades de Atenas o Esparta de una manera calculada para conservar el equilibrio del poder y asegurarse así la continuación de la guerra. La derrota ateniense del año 404 a.C. fue debida a que Lisandro, el almirante espartano, había podido contar con dinero persa para la adquisición del equipo necesario y para el mantenimiento de su flota.

Sin embargo, la supremacía espartana alarmó pronto a los persas, y una alianza entre éstos y las flotas atenienses restauró de nuevo el poder de Atenas mediante una victoria naval en Cnidos, en el año 396 a.C. Entre tanto, un ejército griego de 10.000 hombres había apoyado las pretensiones del príncipe persa Ciro en una guerra contra su hermano Atajerjes II. Este ejército se vio obligado a realizar una marcha hasta el interior de Mesopotamia y a una ardua retirada a la costa del mar Negro. Esta hazaña de guerra no pasó, desapercibida en Grecia, y los generales espartanos, apoyando a las ciudades griegas de Asia contra los sátrapas persas, fueron animados a luchar en el interior de Asia. Pero en el año 386 a.C., Esparta y Atenas en correspondencia al reconocimiento persa de sus propias pretensiones, concedieron el derecho del dominio persa sobre las ciudades griegas del territorio continental de Asia Menor. Pero esta más bien cínica paz tampoco duró mucho tiempo, y el esquema de continuas luchas se reanudó en Grecia. La guerra era endémica, tanto en Europa como en Asia, y la riqueza y energías de todos los estados y naciones implicados estaban dedicadas año tras año a realizar actos de violencia y destrucción.

La ascensión de Macedonia


Macedonia se había librado desde hacía mucho tiempo de este desdichado estado de cosas. Su posición geográfica y su significación estratégica en la primera mitad del siglo IV eran de poca trascendencia en la política greco-persa. Extrañamente no había participado en el tratado del año 386 que cedía el control a Persia del territorio continental del Asia griega. No se pretende decir con esto que los macedonios no fueron propensos a las guerras. Por el contrario, las entremezcladas poblaciones de Macedonia (griegos, tracios e ilirios) luchaban entre sí y resistían los intentos de invasión de sus vecinos.

Finalmente, en el 358 a.C., el regente griego de Macedonia se proclamó a sí mismo rey. Era Filipo II, padre de Alejandro el Magno. Con su sede en Pella, situada a unas 20 millas al norte del golfo de Termos, Filipo ejerció su autoridad sobre todo el territorio macedonio y amplió sus fronteras hasta abarcar el valle de Estrimon, al oeste de Tracia, con sus fáciles accesos a las minas de plata y en los yacimientos de oro. En los siguientes 20 años, mediante la utilización del oportunismo político y de un ejército permanente y altamente entrenado, Filipo fue capaz de dominar completamente el campo de la política griega. Mediante la imposición a los griegos de una paz que ellos mismos no fueron capaces de imponerse, satisfizo esa personal ambición que es connatural a todo hábil hombre de estado, y pudo al mismo tiempo ser considerado con toda justicia como un benefactor de la civilización.

Ciertamente Filipo no se impuso sin luchas militares y diplomáticas prolongadas, con frecuencia conducidas de forma aviesa. Pero cuando Atenas y Tebas finalmente decidieron unir sus ejércitos contra él, las derrotó rápida y decisivamente en Chaeronea, en Beocia, en el año 338 a.C. Esparta permaneció ajena; sin embargo, Filipo pudo reunir un congreso de estados griegos en una conferencia celebrada en Corinto, de la que emergió como líder de una federación griega en guerra contra Persia. La guerra contra Persia había logrado en gran parte unir a muchos de los estados griegos en la época de la invasión de Jerjes del año 480 a.C. Dirigiendo un esfuerzo de guerra combinado similar (pero en esta ocasión ofensivo en vez de defensivo), Filipo tenía la esperanza de imponer su autoridad en Grecia tanto para el bien de ésta como para el suyo propio. Sin embargo, fue asesinado en el año 336 como resultado de una conspiración palaciega. Alejandro, que entonces contaba veinte años de edad, ejecutó al homicida sin hacer preguntas: quizá sospechaba que el crimen había sido instigado por su misma madre, Olimpia, en su propio interés, ya que Filipo no tenía pretensiones de ser monógamo. En todo caso, Alejandro heredaba el reino de su padre y todo lo que éste conllevaba.

Alejandro en el poder

Aunque la guerra contra Persia era tanto para Alejandro como para Filipo un objetivo político y militar de gran importancia, aquél se vio inmediatamente comprometido por las guerras más próximas a su país. La política pan-helénica de Filipo había encontrado en Grecia tanto amigos como enemigos. Pero el rápido descenso realizado por Alejandro con su ejército, cruzando Tesalia y las Termopilas (336), fue suficiente para desanimar cualquier aspiración de independencia entre las ciudades griegas, que enseguida le reconocieron como el sucesor de su padre en todo lo concerniente a la guerra contra Persia.

Alejandro rápidamente se aseguró de que Grecia estuviese controlada por guarniciones macedonias o por políticos aliados. A estos últimos no se les puede aplicar correctamente el termino «títeres», ya que entre ellos se encontraban hombres sinceros, así como contemporizadores. En cualquier caso, Grecia permanecía tranquila cuando en el año 335 Alejandro fue requerido en el exterior para asegurar sus guarniciones en Tracia, que se habían rebelado. Las tribus en cuestión estaban recibiendo ayuda de sus aliados escitas, al otro lado del Danubio; sin embargo, Alejandro, inesperadamente transportó su ejército cruzando el Danubio en botes de pesca locales y acabó con las hostilidades en este frente. Teniendo la guerra persa en mente, estaba obligado ciertamente a dejar la Tracia completamente pacificada, ya que ésta quedaba en la ruta al Helesponto (Dardanelos) y al interior del territorio persa.

También, en este tiempo, las guerras tribales amenazaban a Macedonia desde la región de Liria, adyacente a la costa del Adriático, por lo que la presencia de Alejandro fue también requerida en esta zona. Mientras luchaba contra las tribus de Liria estalló una nueva rebelión en Grecia, al extenderse el rumor de que Alejandro había muerto. Dos oficiales de alta graduación de la guarnición de Macedonia en Tebas, fueron asesinados y la guarnición misma estaba en peligro. Guando llegó la noticia a Alejandro, éste rápidamente demostró que estaba vivo regresando a Grecia a gran velocidad. A pesar de la situación, esperaba que los tebanos negociaran con él; sin embargo, éstos rehusaron a hacerlo. Finalmente asaltó la ciudad entrando en ella a saco y despiadadamente. Esta muestra fue suficiente para producir un ambiente más conciliador en el resto cíe Grecia, que se sometió rápidamente, como lo había hecho antes, a la autoridad macedonia.

Al principio de la primavera siguiente, Alejandro estaba listo para iniciar la guerra contra Persia. Dejó a uno de sus jefes, Antipater, para guardar y proteger Grecia con una fuerza de 12.000 hombres de infantería y 1.500 de caballería. El mismo dirigió a su ejército de invasión a través de la Tracia hacia el Helesponto. Según las estimaciones más fiables, estaba compuesto por poco más de 30.000 hombres de infantería, incluidas tanto tropas pesadas como ligeras, tales como arqueros. Los efectivos de la caballería han sido estimados en unos 5100 hombres. Alejandro esperaba que se le unieran otras tropas macedonias estacionadas en Asia, restos de la inconclusa guerra de su padre contra las ciudades satélites atenienses en Propontis (mar de Mármara), aunque es probable que muchas de estas tropas se hubieran ya retirado de esta zona.

Entre las tropas ligeras de Alejandro destacaban los agrianes, un contingente tribal procedente del extremo norte de Macedonia. Alejandro, en su guerra contra los ilirios, había estado apoyado incondicionalmente por Langarius, rey de Agrianes, que de no haber sido por su inoportuna muerte hubiera sido recompensado con su matrimonio con la hermanastra de Alejandro. En todo caso, los agrianes permanecieron entre las tropas más leales de Alejandro, y combatirían en todas las batallas más importantes de Asia siguiéndole hasta la India.

Dе esta forma Alejandro había asegurado el territorio continental de Grecia y la Tracia antes de embarcarse en la invasión del territorio persa. Esta precaución resultaría ser una de sus características principales: igualmente, más tarde, aseguraría el litoral mediterráneo antes de penetrar en el interior de Asia, y de forma similar, consolidaría su posición en Mesopotamia antes de avanzar más hacia el este. Tampoco se aventuraría en su marcha a la India hasta que las provincias orientales limítrofes del imperio persa no quedaran adecuadamente guarnecidas. La paciencia y meticulosidad demostradas por estas políticas y estrategias a largo plazo, parecían no casar con la facultad que tenía para tomar decisiones y ejecutar rápidas e imprevisibles acciones, que frecuentemente parecían ser el producto de un mero impulso. Sin embargo, estos preparativos a largo plazo y previsiones garantizaron la impetuosidad de algunas de sus decisiones y justificaron acciones sorpresa, que de otra manera hubieran parecido peligrosamente precipitadas.

Mapa que muestra la máxima extensión del imperio de Alejandro, la ruta seguida por este a lo largo de sus conquistas, y en esta algunas de las ciudades fundadas por el, las Alejandrías.

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