viernes, 23 de septiembre de 2011

Nelson Mandela


El líder sudafricano pasó casi 28 años entre rejas por su lucha contra el régimen segregacionista de su país

La lucha contra el apartheid en Sudáfrica fue un esfuerzo colectivo. Estuvo protagonizada por la amplia y anónima mayoría negra del país, orientada por varios dirigentes de su raza, apoyada por algunos líderes blancos y acompañada por la indignación internacional. Pese a ello, fue un solo hombre, recluido en prisión durante casi tres décadas, quien simbolizó la causa contra el régimen segregacionista. Su destino individual se identificó tan estrechamente con el de sus compatriotas negros que su liberación, hace veinte años, encarnó el triunfo del movimiento contra la opresión blanca. Poco después, en efecto, Sudáfrica celebrabó sus primeras elecciones multirraciales y el llamado "preso político más famoso del mundo" recibía el premio Nobel de la Paz, se convertía en el primer presidente negro del estado y se erigía en un referente mundial de integridad moral, concordia social y valores democráticos.

Resistencia activa

Fue en la universidad, estudiando Derecho en Johannesburgo, donde Nelson Mandela comenzó su trayectoria política. La Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo cuando este hijo de un noble empobrecido de la tribu tembu se afilio al Congreso Nacional Africano (CNA), el partido que defendía desde principios del siglo  XX  las reivindicaciones de la población negra. Sin embargo, ni él ni otros jóvenes que destacarían en la emancipación racial del país sintonizaban con la línea de esta formación, para ellos demasiado blanda ante la cerrazón monolítica del gobierno blanco. Mandela integro con Oliver Tambo, Walter Sisulu y otros militantes de su edad un ala más radical del CNA. El grupo, combativo en el plano jurídico, pero fiel a la no violencia, creció dentro del partido hasta ser el sector mas representativo. Logro, además, llevar su mensaje hasta los rincones más remotos del país, haciendo del CNA la fuerza política por antonomasia de la abusada ciudadanía negra. No obstante, el crecimiento exponencial de los simpatizantes se topo con una dura realidad. Los comicios de 1948, exclusivos para descendientes de europeos, dieron la victoria al Partido Nacional, una agrupación cuya vertiente conservadora había apoyado al nazismo durante la guerra. Debido a sus ideas racistas (en parte sustentadas por la creencia de la Iglesia Reformista Holandesa de que los bóers, o campesinos neerlandeses, eran el pueblo elegido), esta formación empezó a sancionar leyes que, en conjunto, establecieron el apartheid.

Una causa justa

El CNA respondió a esta nueva vuelta de tuerca de la supremacía blanca orquestando huelgas, boicots y otros actos de desobediencia civil. Mandela se contaba entre los principales promotores de esta campana de agitación. No en vano, defendía un ejercicio pleno de la ciudadanía para todos las sudafricanos sin importar su color de piel, una reforma agraria que redistribuyera las tierras con justicia, el derecho a la agrupación en sindicatos y programas educativos que respetaran las culturas nativas.
Junto con su activismo político, creo con Tambo uno de los primeros bufetes de abogados negros para brindar asesoramiento, muchas veces gratuito, a los más castigados de su etnia. Estas posturas condujeron a que el gobierno lo acusara de ser comunista y lo obligara a permanecer seis meses bajo vigilancia en Johannesburgo. Pero la presión del Ejecutivo comenzó a adquirir tintes de una autentica vendetta personal más tarde. Cuando, tras corredactar la denominada Constitución de la Libertad, que consagraba en nombre del CNA la igualdad entre blancos y negros, Mandela fue llevado a juicio con otros 155 miembros del movimiento antiapartheid bajo cargos de traición. Mientras se celebraba el macroproceso, un acontecimiento atroz dinamito cualquier entendimiento que hubiera podido instrumentarse entre las autoridades y la población negra. En 1960, en la localidad de Sharpeville, la policía disparó a mansalva a los manifestantes de una protesta contra los pases que debían presentar los no europeos para acceder a las áreas con predominio blanco. Hubo 68 muertos y 180 heridos, entre ellos mujeres y niños. No conforme con la masacre, el gobierno ilegalizo al CNA por incitar a la quema de esas credenciales.

El reo numero 466/64

Mandela, ya convertido en el jefe indiscutible del partido proscrito, replicó el fuego con fuego pese a su mentalidad pacifista. Organizó una guerrilla, llamada Lanza de la Nación, desde la que comandó atentados con bomba durante un año y medio, mientras recababa respaldos internacionales mediante viajes clandestinos al resto del continente. La Unión Sudafricana, a todo esto, se reconstituyó en la República de Sudáfrica, un país agobiado por las tensiones interétnicas y cada día más aislado al romper lazos con la mientras recababa respaldos internacionales mediante viajes clandestinos al resto del continente. La Unión Sudafricana, a todo esto, se reconstituyó en la República de Sudáfrica, un país agobiado por las tensiones interétnicas y cada día más aislado al romper lazos con la Commonwealth (comunidad británica de naciones) y ser sancionado por la ONU debido al apartheid. Finalmente, Mandela fue apresado bajo la acusación de alta traición, lo que podía acarrearle una condena a la pena capital. Su respuesta al tribunal, sin embargo, fue dicha alto y claro: "Una sociedad libre y democrática [...] -declaró al concluir su alegato- es un ideal por el que estoy dispuesto a morir". No hizo falta este sacrificio. La corte, temerosa de agravar aun más una situación muy delicada, opto por sentenciarlo a cadena perpetua. La estrategia oficialista consistía en que la población negra olvidara con el tiempo al prisionero numero 466/64. Primero en la penitenciaría de máxima seguridad de Robben Island y luego en otros centros, el líder del CNA tuvo que apelar a lo mejor de sí mismo para poder soportar casi 28 años de cautiverio sin esperanzas de libertad a la vista y sin claudicar en sus convicciones. El gobierno intento varias veces que renunciara a sus ideales a cambio de la excarcelación. "Solo los hombres libres pueden negociar", contesto en una de esas ocasiones, refiriéndose tanto a su persona como al apartheid aun vigente. Si había libertad, debía ser incondicional.

De hombre a símbolo

Mientras, su esposa Winnie, generaciones posteriores de antisegregacionistas, nuevos disturbios interraciales con desenlace sangriento y otras reivindicaciones mas amables, entre ellas un megaconcierto en su honor televisado a todo el mundo en 1988, mantuvieron encendido en la memoria colectiva el recuerdo de Mandela. Ya era un hombre anciano cuando, un par de años después, la presión interna e internacional, un presidente abierto al dialogo -el reformista Frederik de Klerk- y una tuberculosis que amenazo con hacer un mártir del reo convencieron a la minoría blanca de Sudáfrica de que el régimen racista era insostenible. Únicamente la liberación del ilustre prisionero, de talante conocidamente conciliador, salvaría a la Republica de más estallidos sociales, bloqueos comerciales y condenas de la ONU. Nelson Mandela había ingresado en la cárcel como un influyente dirigente político. Tres décadas más tarde, dejaba atrás los barrotes y se mostraba como un líder que desbordaba el oficio de estadista y las fronteras de su país. Como el símbolo viviente de que un mundo mejor es posible si se trabaja por el con entereza, generosidad y constancia al servicio de la dignidad humana.

Nelson Mandela

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