lunes, 26 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 11) Retorno a Babilonia


RETORNO A BABILONIA

Alejandro hizo de Poros un aliado y le reconcilió con Taxiles. Además de Hidaspes, fundó dos nuevas ciudades, Nicea y Bucéfala, esta última nombrada en honor de su famoso caballo que había muerto allí a causa de su edad. Dio a sus hombres un descanso de un mes, y en ese tiempo recibió refuerzos de las tropas tracias reclutadas por su gobernador en la zona del Caspio. Al recibir noticias de desafección en Assacenia, un territorio montañoso (modernamente identificado por Bajaur y Swat), que había conquistado previamente en su marcha hacia el valle del Indo, envió allí tropas para restablecer la situación.

Pero Alejandro fue desafiado de nuevo por un segundo rey indio llamado Poros. (Uno sospecha que la forma griega de este nombre representa lo que era en realidad un título indio.) Este segundo Poros huyó enseguida ante el avance de Alejandro, pero éste le persiguió ansiosamente cruzando el turbulento río Acesines (Chenab) v el más tranquilo Hydraotes (Ravi). Esto le ocasionó un conflicto con la tribu de Cathaei, y las hostilidades subsiguientes requirieron de nuevo que ejercitara su versátil genio militar. Finalmente marchó hacia el río Hyphasis (Beas).

Se insinúa en las páginas de Arriano que Alejandro tenía la esperanza de llegar a la «Corriente del Océano», que según las suposiciones geográficas de los griegos rodeaba la masa de tierra del mundo; sin embargo, sus hombres cada vez le seguían con menor entusiasmo. Al observar su frágil moral, intentó atraerles con un discurso apasionado; tras el prolongado silencio que siguió a la oratoria de Alejandro, Coeno, valientemente, expresó en voz alta la poca disposición del ejército para seguirle. Esto enfureció a Alejandro con todo el ejército en general y con Coeno en particular, y permaneció resentido en su tienda durante dos días. Cuando vio que los soldados no mostraban ningún arrepentimiento por haber herido su susceptibilidad, se dio cuenta de que, finalmente, había llegado la hora de efectuar una más o menos elegante retirada.

Pero incluso en el transcurso de esta retirada se produjeron todavía combates y ocurrieron aún dramáticos sucesos. Alejandro se vio implicado en una guerra feroz contra los Malli, una tribu del valle del Indo que había simpatizado con el Cathaei. Impaciente por el lento progreso conseguido por los hombres que llevaban las escalas contra la muralla enemiga, el mismo Alejandro tomó una escalera y apareció al poco en las almenas solo y sin ayuda, ofreciendo un magnífico blanco recortado sobre el cielo. Dándose cuenta de su expuesta posición, saltó hacia el interior de las murallas de la ciudad, desafiando a toda la guarnición prácticamente solo y sin ayuda todavía. Fue abatido y herido casi mortalmente. Uno de los oficiales que le rescató resultó muerto. Con el tiempo justo, los macedonios forzaron la puerta situada más abajo. Alejandro estuvo a punto de morir en esta ocasión, por lo que los macedonios, en vengaza, masacraron a todos los hombres, mujeres y niños de la ciudad capturada.

Mientras se recuperaba de su casi mortal herida, Alejandro dirigió la construcción de una gran flota en el Hidaspes, y al mando de ella se abrió paso corriente abajo hasta el Acesines y finalmente, hasta el Indo. Consideraciones de índole política y militar le habían inducido a enviar a Crátero y el grueso de su ejército en la marcha de vuelta a casa a través de Arachosia y de la ciudad de Alejandría (Kandahar) que había fundado allí. Sin embargo, el misino Alejandro se vio inclinado a seguirle después de realizar algunas exploraciones y descubrimientos. Reunió a las tropas restantes y a la flota acompañante en Pattala, en la desembocadura del delta del Indo, en preparación para una doble expedición simultánea por tierra y por mar.

Antes de partir, Alejandro exploró las dos bocas del Indo. La flota, que teóricamente hubiera debido navegar a su altura mientras dirigía sus fuerzas terrestres hacia el oeste, se vio retrasada por el monzón, de forma que él y sus hombres pronto perdieron contacto con los buques que navegaban al mando de su almirante Nearcho. Las tripulaciones de Nearcho se quedaban frecuentemente aterrorizadas por las condiciones poco familiares del océano Indico, que incluían fenómenos tales como mareas y ballenas. Sufrieron muchas privaciones e infortunios, y algunos barcos se perdieron.

La fuerza terrestre sufrió aún más terriblemente, mientras vagaba por el desierto Gedrosiano (el moderno Makran, hoy aún desolado). Al principio llevaban consigo lujosos botines adquiridos en sus guerras del este, así como mujeres y niños. Sin embargo, pronto tuvieron que quemar el botín y matar a muchos de sus animales de carga para utilizarlos como alimento. Aunque torturados por la sed, encontraron el desastre precisamente en una torrentera, cuando una débil corriente de agua les había animado a levantar un campamento; un chubasco imprevisto en las distantes montañas convirtió la pequeña corriente, sin previo aviso, en una violenta riada, y muchas mujeres y niños murieron ahogados. Durante esta marcha se produjeron considerables bajas, tanto entre los hombres como entre los animales. Los enfermos o extenuados eran abandonados donde caían, pues ninguno tenía fuerzas para ayudarlos o transportarlos. Cuando un viento violento borró las referencias terrestres y la arena ocultó las huellas, los guías de Alejandro, que no sabían leer las estrellas, le abandonaron. Ante esta emergencia, Alejandro tomó el mando personalmente y, utilizando su sentido de la orientación, dirigió a sus desesperados hombres hasta el mar, donde descubrieron un manantial de agua dulce en una playa de guijarros; abastecidos por una sucesión de manantiales de ese tipo, continuaron su marcha a lo largo de la costa durante siete días.

Finalmente, Alejandro contactó con Crátero tierra adentro, en Carmania (Kerman); éste le proporcionó animales de carga y elefantes, que fueron muy bien recibidos, por lo que el resto de la marcha se hizo en condiciones relativamente civilizadas. A la entrada del Golfo Pérsico, los hombres de Nearcho se habían unido a los rezagados de habla griega del ejército de Alejandro y, con un pequeño grupo, el mismo Nearcho se aventuró dirigiéndose hacia el norte para encontrarse con Alejandro.

Sin embargo, tras ese emocionante encuentro, las expediciones por tierra y mar continuaron por separado. Nearcho navegó Golfo Pérsico arriba primero hasta la desembocadura del Éufrates y luego hasta la del Tigris, uniéndose finalmente a Alejandro en Susa. Los relatos de la época acerca de la histórica travesía difieren ampliamente. Pero lo más probable sea que Nearcho navegara desde la desembocadura del Indo al final de los monzones procedentes del suroeste, en octubre del 325 а.С., y llegara a Susa en la primavera del 324.

En el último año de su vida, Alejandro se enfrentó a un amotinamiento más grave que la resistencia pasiva a la que había cedido en el Hyphasis. Éste ocurrió en Opis, a unas cien millas al norte de Babilonia. El despido de veteranos macedonios y el reclutamiento de persas en la falange habían sido extremadamente mal recibidos. Alejandro ejecutó sumariamente a los líderes del grupo amotinado y aplacó al resto con su vibrante oratoria. Pero sus actitudes cosmopolitas y su política internacional siguieron siendo en todos los lugares una fuente de problemas. En su ausencia, se habían dado casos de corrupción en el corazón de su recientemente establecido imperio. Harpalo, encargado del control fiscal, había sido hallado culpable de graves irregularidades y huyó de la justicia a Grecia. El primer impulso de Alejandro fue seguirlo y detenerlo, pero enseguida llegó la noticia de que el fugitivo había sido asesinado por sus propios subordinados.

Sean cuales fueran los sentimientos de los macedonios, Alejandro no modificó sus planes de una fusión nacional. Su objetivo no era una sociedad multirracial, sino una fusión de culturas, naciones y razas. Como fomento de este ideal, obligó a sus oficiales macedonios a que tomaran esposas orientales: nadie podría decir que no había predicado él mismo con el ejemplo. También había decidido hacer de Babilonia la capital de su imperio.

Parece ser que en las últimas etapas de su carrera el carácter de Alejandro se deterioró, siendo más que nunca propenso a los golpes caprichosos y a la auto indulgencia, vicios ambos que los griegos asociaban particularmente con el despotismo. También aceptó los honores cuasi divinos que le fueron otorgados por una aduladora diputación griega. Quizás sus aspiraciones divinas habían sido estimuladas en una fecha anterior, con ocasión de su visita al oráculo libio de Amón.

La fama de sus conquistas orientales se había extendido incluso hasta el Mediterráneo occidental, y mientras se hallaba cerca de Babilonia en el año 324 fue honrado por embajadas amistosas procedentes de Libia, Cartago, España y Gaul. Quizás si hubiera vivido más tiempo hubiera vuelto sus pensamientos a la conquista del oeste, pero en esta época estaba planeando una expedición a Arabia, inspirada evidentemente por el reconocimiento efectuado por Nearcho.

Sus preparativos, particularmente la construcción de una flota para las operaciones en el Golfo Pérsico, fueron interrumpidos por su muerte, que siguió a unas repentinas fiebres, en el año 323 a.C. No nombró ningún sucesor. No era la primera vez que su vida había estado en peligro debido a la enfermedad o las heridas, y en esas ocasiones anteriores nunca había mostrado ninguna inclinación a designar un sucesor. De hecho, en la batalla la muerte le había amenazado continuamente, aunque tal perspectiva nunca, aparentemente, le había hecho pensar en la cuestión de la sucesión. Según Arriano, estuvo imposibilitado para hablar durante las últimas veinticuatro horas de su vida: sin embargo, Curtio le representa hablando coherentemente hasta los últimos momentos antes de su muerte. O bien no quiso señalar un sucesor, o le era indiferente. El resultado fue que sus principales oficiales parcelaron su vasto imperio repartiéndoselo entre ellos mismos y sus propios sucesores, que, como extravagantes señores de la guerra, continuaron combatiendo entre sí durante los dos siglos siguientes. Esto posiblemente fuera algo que Alejandro había previsto y a lo cual estaba resignado.

Quizá la política no fuera tampoco su última razón. Los últimos años de su vida arrojaron una nueva luz sobre su carácter, y podríamos considerarle como un explorador obsesivo que combatió por todo el mundo quizá porque ésta era la única manera posible de explorarlo, y sus enemigos eran simplemente aquellos que intentaban impedirle ir adonde quería cuando lo deseaba.


Alejandro Magno (Parte 1)
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