jueves, 6 de octubre de 2011

Cartago frente a Roma (Parte 3)

Delenda est Carthago!

Fueron precisamente la variedad y riqueza agrícola del Norte de África las razones que empleó Catón el Viejo para azuzar a sus contemporáneos del Senado en contra de Cartago. Como buen terrateniente que veía peligrar la producción agrícola de Italia por las importaciones africanas que tanto beneficiaban al eterno enemigo, acababa invariablemente, viniese o no a cuento, todos sus discursos en el Senado con la consabida frase: Delenda est Carthago!-"Cartago ha de ser destruida"-. En una ocasión, ejemplificó este peligro hablando de la ficus Africana y, tomando en su mano un higo de gran calidad, maduro y liso, sostenía que había sido recolectado tres días antes en la campiña cartaginesa y proponía, una vez más, la destrucción definitiva de la ciudad rival en una "guerra preventiva", afirmando "¡Pues sí, tenemos un enemigo tan cerca de nuestras murallas...!".

Cothon o puerto militar
Reconstrucción del cotbon o puerto militar Interior de Cartago. En el centro de la laguna circular, una isla artificial sustentaba las atarazanas o astilleros de las naves de guerra y el Almirantazgo cartaginés. Alrededor de la laguna, un doble muro protegía este puerto de la vista exterior; hacia el interior se abrían los almacenei de la armada con piezas, armas, cordajes, velámenes... y las celdillas donde se guardaban y aprestaban los barcos para la navegación.


La riqueza de Cartago era indudable y los partidarios de la "solución final" en el Senado vieron reforzada su posición en el año 151, una vez que los vencidos cumplieron con el último pago de la tremenda indemnización impuesta tras la Segunda Guerra Púnica. Con la excusa del incumplimiento de una de las cláusulas del tratado del año 201 -tras la derrota de Zama- debido a una guerra defensiva de los cartagineses contra los númidas de Masinisa, aliados de Roma, ésta encontró el pretexto para acabar con la vieja metrópoli africana.

A pesar de hallarse poco armada -precisamente en cumplimiento del tratado con Roma-, Cartago ofreció una gran resistencia al asedio romano que se prolongó cerca de tres años, entre el 149 y el 146 a.C. Una "triple muralla" de unos 5 km. protegía la ciudad por el istmo, desde el lago de Túnez hasta el mar Mediterráneo, era en realidad un muro que tenía nueve metros de anchura y unos quince metros de altura, protegido por un parapeto y un foso; cada sesenta metros, una torre hacía más difícil el asalto a esta fortificación. Un muro sencillo cerraba la ciudad por la línea de costa, aprovechando las alturas de los escarpes rocosos. Hoy día apenas queda algún resto visible de estas murallas, pues las piedras de la ciudad púnica, al igual que la posterior ciudad romana, sirvieron para la construcción de Túnez, Sidi-Bou-Said y otras ciudades medievales y modernas de los alrededores.

El asalto final se produjo en la primavera del año 146. Las tropas de Escipión el Africano Minor-para distinguirlo del Maior, el antepasado vencedor de Aníbal- penetraron por diversos puntos en la ciudad y tuvieron que conquistarla calle por calle y casa por casa, en un enfrentamiento brutal cuyas escenas de horror han quedado recogidas en la obra de Apiano (Lybica, 129), basado a su vez en los testimonios de Polibio, testigo presencial de los hechos como acompañante del general romano. Las excavaciones arqueológicas han descubierto diferentes fosas comunes, restos de incendios y otras huellas de destrucción debidos a los seis días con sus noches que duró el asalto. Los últimos supervivientes, refugiados en la ciudadela de Byrsa, solicitaron la benevolencia de Escipión: cerca de 50.000 hombres se rindieron y salvaron la vida, aunque fueron reducidos a la esclavitud, mientras un millar de personas se recluía en el templo de Eshmún, dispuesta a resistir hasta la muerte. El final de Cartago vuelve a adquirir aspectos de novela: la mujer del general Asdrúbal Giscón le reprochó a éste su rendición y, acompañada de sus hijos, se arrojó a la hoguera, rememorando el último acto de la reina Elisa-Dido. El fuego destructor aún duró diez días y sus carbones aparecen en un estrato potente y uniformador en cualquier parte de la ciudad. Sin embargo, la ruina no fue en modo alguno absoluta: ni Escipión mandó echar sal sobre el suelo ni tampoco se hizo pasar el arado sobre los escombros, igualándolos y borrando del mapa cualquier huella del trazado urbano.

Estas imágenes tremendistas acerca del final de Cartago provienen de la exageración del texto de Apiano por parte de varios historiadores en el siglo XIX, sobre todo a partir de la publicación de la novela histórica Salammbó, de Gustave Flaubert.




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