viernes, 16 de diciembre de 2011

Juana la Loca ¿Era esquizofrenica?


Es difícil penetrar en el personaje de Juana de Castilla (1479-1555) sin encontrarse con la leyenda, la especulación y las ambivalentes teorías vertidas a lo largo de los siglos sobre su condición emocional. Loca o simplemente arrebatada por la pasión, los celos y las intrigas palaciegas, lo cierto es que el destino final de la legítima heredera al trono de Castilla fue el de la reclusión de por vida. Nada menos que cuarenta y seis años estuvo encerrada en el castillo de Tordesillas después de que su padre, su esposo y su propio hijo se desentendieran de ella sucesivamente. Esta circunstancia y el hecho de que Juana -que todas las crónicas describen como una mujer hermosa- se enamorara locamente de su marido a primera vista, hizo brotar la leyenda durante el romanticismo. Juana reunía magníficos ingredientes: personaje histórico abocado a un destino cruel e injusto en aras de una pasión arrebatadora que le habría robado la razón en momentos puntuales debido principalmente a la desconsideración de sus más allegados: su padre, su esposo y su hijo. A su lado María Antonieta no era masque una malcriada con ínfulas rebeldes que sólo al final sabe aceptar su destino con valentía. 

La versión de Vicente Ararida retoma esta visión propia del romanticismo para mostrara una princesa extravagante y excesiva, sí, pero sólo como consecuencia de la adversidad a la que tiene que hacer frente: las infidelidades de su marido y las intrigas palaciegas auspiciadas por su padre Fernando el Católico, para apartarla del trono y por último, su confinamiento en Tordesillas tras otra conspiración para declarar que no estaba en sus cabales para reinar, lo que permitió gobernar a su hijo Carlos I.

La teoría oficial

De esta guisa Vicente Aranda no se sale un ápice de la teoría que justificaría primero un comportamiento irascible y extravagante como consecuencia de las infidelidades de su marido y las conspiraciones para apartarla de la Corte. Lo cierto es que Felipe, llamado el Hermoso, le era infiel, las conspiraciones de Fernando el Católico para seguir ostentando el poder en Castilla existieron y que un encierro como el de Tordesillas no es precisamente benigno para un carácter alterado. Sin embargo, frente a la sensible y atractiva historia que tejió el romanticismo y recuperó Vicente Aranda con Juana la Loca (2001) existe la teoría de la enfermedad mental hereditaria, que algunos psiquiatras con afán historiador corno Juan Antonio Vallejo-Nágera describieron como esquizofrenia paranoide. Aun cuando todas las circunstancias descritas fueran ciertas (infidelidad, traiciones) el deterioro mental de Juana de Castilla habría ido manifestándose en paralelo a las causas que lo agravaban o atemperaban según fueran sus brotes episódicos más o menos frecuentes.


Antecedentes familiares

Vallejo-Nágera y otros estudiosos del personaje como el historiador Ludwig Pfandl (1881-1942) llegaron a la conclusión de que no era casual que su abuela Isabel de Portugal hubiera sufrido los mismos problemas emocionales, parecidos signos de enfermedad mental y que hubiera acabado encerrada también ella antes que su propia nieta. La esquizofrenia había hecho presa de Isabel tras el matrimonio con Felipe de Borgoña. Días enteros contemplando el vacío, decisiones absurdas, repentinas muestras de interés por el Gobierno y la administración, períodos de abulia alternados con otros de gran excitación e irascibilidad describirían un cuadro según esta escuela de historiadores de un evidente desorden psiquiátrico que sin duda se agravaría tras el encierro en Tordesillas.

Por otra parte, tal y como explica el guión de Juana la Loca en sus primeras líneas, la hija de los reyes Católicos no estaba previsto que fuese la heredera al trono de Castilla. Aunque comúnmente se piense que el imperio que heredó Carlos I de España como consecuencia de las posesiones de la familia de su padre en Flandes y la influencia de su abuelo paterno Maximiliano en los territorios germanos, era una jugada calculada al milímetro por los Reyes Católicos, la realidad es que según la linea sucesoria antes que Juana se encontraban sus hermanos Juan (1478-1497) e Isabel (1470-1498). El primero murió pronto dejando la responsabilidad del trono en manos de su hermana Isabel, que pocos años antes había sufrido un shock traumático tras la muerte de su joven marido Alfonso, príncipe de Portugal. Como le ocurriría después a su hermana, el dolor arrasó a la joven princesa que quiso enclaustrarse, pero Isabel y Fernando arreglaron un nuevo matrimonio con su suegro, el rey Manuel de Portugal, a quien la hija de los Reyes católicos había agradado durante el breve matrimonio que tuvo con Alfonso.

Isabel moriría dando a luz al hijo que tuvo con Manuel, Miguel (1498-1500), y el propio príncipe lo haría poco tiempo después. Juana había saltado así a sus dos hermanos mayores y a su sobrino, facilitando una herencia a los hijos que había tenido con Felipe de Borgoña, poco probable hasta ese momento. El reinado de Juana tras la muerte de Isabel fue breve pero intenso, sus accesos de locura se repetían y Felipe de Borgoña trató de conspirar con los nobles castellanos para incapacitarla sin éxito, pues en uno de sus períodos de lucidez, desbarató el plan.

La muerte de su esposo, sin embargo, convenció a todos de la inestabilidad mental de la Reina: no dejaba que ninguna mujer se acercara al féretro, que cerró con una llave que ella mismo utilizó, al menos en dos ocasiones para volver a ver a su esposo tras varios días de cortejo fúnebre. Fernando decidió recluirla entonces en Tordesillas, de donde no saldría nunca. Ni siquiera los Comuneros de Castilla, que creyeron en el romanticismo de una reina traicionada, pudieron restituirla en el trono, y tras pasar por Tordesillas supieron del verdadero estado de Juana, que pasaba días encerrada sin asearse ni limpiar sus propias heces. Una estampa más propia de una enferma dejada de la mano de Dios, con algunos períodos de lucidez, que la de una reina traicionada y apartada del trono.

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