domingo, 18 de diciembre de 2011

El atentado contra Prim


Dramático, aparatoso, enterrado en leyendas y nunca resuelto. El asesinato del general Prim empeoró la ya de por sí turbulenta vida política española de finales del siglo XIX. Los sospechosos en nómina abundan.

Juan Prim y Prats.
El general Prim, junto al también general Serrano y el almirante Topete, formó el trío protagonista de la Revolución de septiembre de 1868, la Gloriosa. Su objetivo era destronar a Isabel II. Al grito de "¡Abajo los Borbones!", se reunió en aquella empresa a gentes que militaban en posiciones políticas muy diferentes (demócratas, progresistas, unionistas o republicanos). Muchos solo tenían en común su rechazo a la Reina. Conseguida su meta, las diferencias afloraron entre los compañeros de revolución. El almirante Topete era un monárquico antiisabelino, pero un decidido partidario de que el duque de Montpensier, casado con la hermana de la Soberana, la infanta Luisa Fernanda, se convirtiera en rey. Montpensier había financiado generosamente el destronamiento de su cuñada y esperaba recoger los beneficios de su inversión. Prim, por el contrario, era un monárquico antidinástico, y rechazaba que un Borbón volviera a ostentar la Corona. El general Serrano, que ejerció de regente mientras se buscaba candidato para el trono vacante, consideró la posibilidad de coronarse. Por su parte, los republicanos esperaban que con Isabel II también cayera la monarquía y se proclamase la república.

A favor de una nueva dinastía

En semejante entorno, la pretensión de Prim, que había asumido la presidencia del gobierno, de entronizar una nueva dinastía era una empresa complicada. A los problemas internos se sumaban las presiones internacionales, sobre todo las de Napoleón III. El emperador de los franceses rechazaba de plano que Montpensier (hijo de Luis Felipe de Orleans, derrocado por la Revolución de 1848) ciñese la Corona española. También se opuso a la candidatura de un Hohenzollern, por entender que la casa prusiana no podía reinar a ambos lados de Francia. Después de no pocas dificultades, el empeño de Prim se concretó en Amadeo de Saboya, a quien las Cortes, en una sesión tormentosa celebrada el 16 de noviembre de 1870, eligieron rey. Fue con 191 votos, frente a los 64 que obtuvo la opción republicana y los 27 de Montpensier. Serrano, consciente de sus escasas posibilidades, no presentó su candidatura. Sin embargo, la elección de Amadeo de Saboya no calmó las agitadas aguas de la política española. Tanto desde los periódicos republicanos como desde la prensa montpensierista se atacó a Prim con una dureza inusitada y se vilipendió la figura del monarca escogido. Por Madrid empezaron a extenderse rumores acerca de un atentado contra la vida de Prim. En noviembre, antes de la elección del Rey, ya se había descubierto una trama para asesinarlo y se detuvo a algunos de sus integrantes. El 27 de diciembre, después de una sesión en que las Cortes aprobaron los gastos de la nueva casa real, Prim subió a su coche. Acompañado por sus ayudantes, salió del Congreso por la calle de Floridablanca. El recorrido habitual le llevaba después por la del Sordo (en la actualidad Zorrilla) hasta la del Turco (hoy Marqués de Cubas), con el propósito de cruzar Alcalá para llegar al palacio de Buenavista, donde residía el general con su familia.

Se perpetra el magnicidio

Había anochecido y caía sobre Madrid una copiosa nevada. Las calles estaban solitarias, y la del Turco no era una excepción. Cuando el carruaje estaba ya cerca del cruce con Alcalá, el cochero se encontró con dos vehículos que obstaculizaban el paso. En ese momento un grupo de entre ocho y diez hombres se acercó al vehículo. El más próximo iba armado con un trabuco e hizo añicos el cristal disparando a bocajarro. Al parecer, ese disparo no alcanzó a Prim. Tras un momento de vacilación, sonó una voz desde el grupo que se había aproximado por la derecha, ordenando disparar a los indecisos: "¡Fuego, puñeta, fuego!". Quien daba esa orden creía que Prim, muy rutinario en sus costumbres, ocupaba el asiento de ese lado. Sin embargo, aquel día se había desplazado en el asiento, porque Sagasta había subido un momento al carruaje para comentar un asunto con el presidente. Cuando el ministro abandonó el vehículo, su lugar lo ocupó uno de los ayudantes de Prim. Los asesinos abrieron fuego y la misma voz ordenó a los de la izquierda: "¡Ahora vosotros!". Una nueva lluvia de proyectiles cayó sobre Prim y sus acompañantes. En ese momento el cochero logró salvar el obstáculo que le cerraba el paso, esquivar una carretela aparcada en la esquina de Alcalá y llegar al palacio.

Éstos son los hechos recogidos en el sumario abierto con motivo del atentado. Se trata fundamentalmente de la versión dada por los ayudantes del general. En el momento del atentado, la calle del Turco estaba casi desierta: solo había una señora -luego se supo que era la mujer de un médico- cruzando la calle de Alcalá, que llevaba a su hijo de la mano, y una castañera en la esquina de Alcalá. Pudo también ser testigo el dueño de la taberna que había en aquella misma esquina. Sin embargo, tanto la castañera como este último declararon que no habían visto nada, con la excusa de que era de noche y estaba nevando. Tampoco aportó nada la mujer del médico. Algo más explícitos fueron los conserjes de la Escuela de Ingenieros, en el número 5 de la calle del Turco. Afirmaron que los asesinos huyeron por la calle de la Greda (hoy de los Madrazo) hacia el paseo del Prado. Prim fue alcanzado por cinco disparos (uno en la mano, otro en el codo y tres en el hombro). Perdió mucha sangre y se consideró que una de las heridas revestía gravedad, pero que ninguna era mortal. Sin embargo, una inadecuada atención médica acabó con su vida. Prim fallecía el 30 de diciembre, el mismo día en que Amadeo de Saboya llegaba a Cartagena a bordo de la fragata Numancia. Allí se enteró de la muerte de quien había sido su principal valedor para acceder al trono. Viajó sin detención hasta Madrid y su primera visita fue a la basílica de Atocha, donde se velaba el cadáver del general. Según sus ayudantes, Prim identificó la voz de quien mandaba a los asesinos como la del diputado republicano Paúl y Angulo, que desde las páginas de El Combate, periódico que dirigía, había lanzado durísimas acusaciones contra el presidente. Llegó a escribir que había que matarlo en la calle, como a un perro. El Combate, que tuvo una vida efímera (se publicó del 1 de noviembre al 25 de diciembre de 1870), afirmaba en su último número que sus autores cambiaban la pluma por el fusil. Sin embargo, Prim también indicó en el lecho de muerte que no lo mataban los republicanos. Sabemos que un cualificado diputado republicano, Miguel Morayta (compañero de logia masónica del presidente), trató de convencerlo, antes de salir del Congreso, para que lo acompañara a una cena con la que los masones iban a celebrar el llamado San Juan de Invierno. Al parecer, Morayta quería evitar su recorrido habitual desde las Cortes hasta el palacio de Buenavista. También es cierto que, en vísperas del atentado, el director del diario republicano La Discusión acudió al secretario de Prim y le proporcionó una lista con los nombres de los integrantes de la trama para asesinarlo. La lista se entregó al gobernador civil de Madrid, Rojo Arias, pero el día del atentado solo se había detenido a uno de dichos individuos. La negligencia del gobernador civil fue tan grave como la falta de protección que había en torno a Prim. Esta segunda circunstancia era consecuencia de la propia actitud del general, que rechazaba cualquier tipo de seguridad. Llegó al extremo de prohibir a sus ayudantes que llevasen armas cuando lo acompañaban.

Fábulas en torno al crimen

Desde el mismo momento del atentado la especulación se entretejió con lo ocurrido. Muy pronto se difundió y aceptó como real la existencia del denominado telegrama fosfórico. Los asesinos habrían situado a lo largo del trayecto a una serie de individuos que prendían fósforos como si fueran a encender cigarros, alertando sobre el paso del carruaje. Los fósforos encendidos en la oscuridad funcionarían como un telegrama que advertía a los asesinos sobre la presencia de Prim. Fue un diputado republicano, Roque Barcia, el primero en emplear esa denominación, que hizo fortuna. Se conoce el porqué de esta leyenda. Con anterioridad, un inculpado de integrar una trama frustrada para atentar contra Prim, previa a la elección del rey por las Cortes, había declarado que tenían previsto comunicarse el paso del carruaje del general por ese procedimiento. Sin embargo, se propagó que los fósforos se habían utilizado el día del atentado fatal. Circuló otra leyenda según la cual Prim utilizaba dos itinerarios para ir de las Cortes a Buenavista. Hacía saber el camino elegido a los hombres de su escolta (en ningún momento esa escolta apareció por la calle del Turco) en función de cómo empuñara su bastón, si con la mano derecha o con la izquierda. Se dice que Prim, enfrascado en la conversación con Sagasta, cambió el bastón varias veces de mano, lo que desconcertó a la escolta. La historia del bastón la recogió el conde de Romanones en su biografía sobre Sagasta a principios de la década de 1930. Al parecer, tiene su origen en un folletín publicado, mucho después del asesinato, por el diario francés Le Fígaro. Una tercera leyenda surgió de la versión de los hechos dada por un marinero norteamericano y recogida en una publicación británica. Según señalaba ésta, "había llegado a Londres procedente de Italia", e, increíblemente, sus palabras se tomaron como verdaderas. Hay que suponer que el marinero en cuestión estaba en Madrid en la fecha del asesinato, aunque, para ir de Italia a Inglaterra, España no era lugar de paso. Según el marinero, se pensaba llevar el cadáver de Prim a la plaza de la Cebada e iniciar allí un levantamiento. Lo más grave fue que el juez que instruía el caso tomó en consideración estas afirmaciones e hizo interrogar a los taberneros del lugar. Más aún, como el marinero señaló que el principal promotor de la rebelión era un individuo "alto, rubio y tuerto", quienes reunían tales características se convirtieron en sospechosos. Uno de ellos, asustado, huyó de Madrid a un pueblo de Toledo, buscando el amparo de un hermano que era sacerdote. El alcalde del lugar sospechó del recién llegado y lo denunció ante el juez local, quien acudió a tomarle declaración. El hombre recibió tal impresión que falleció de forma instantánea. Según el testimonio de los ayudantes de Prim, es falso que el autor del primer disparo, antes de hacerlo, golpeara con su trabuco el cristal de la ventanilla y exclamase: "Prepárate, porque vas a morir". Tampoco es cierto, como recogen numerosos grabados de la época, que el cochero la emprendiera a latigazos con los asesinos. Su obsesión fue salvar el obstáculo que le impedía huir a toda prisa.

El sospechoso republicano

José Paúl y Angulo
José Paúl y Angulo, el diputado republicano cuya voz fue identificada por Prim como la de quien impartía las órdenes a los asesinos, estuvo en la Revolución de septiembre de 1868. De hecho, acompañó a Prim en el barco que lo trasladó de Gibraltar a Cádiz para iniciar el levantamiento. Era republicano federal, y albergaba la esperanza de que el destronamiento de Isabel II trajera consigo la república. Poco a poco se alejó de Prim y acabó abominándolo. Según la declaración de un barbero recogida en el sumario, la víspera del atentado alteró su apariencia para no ser reconocido. Tras el atentado se marchó al extranjero. Siempre afirmó que lo hizo por estar en el punto de mira de la justicia, que le había abierto dos docenas de causas por insultos, injurias y calumnias lanzadas desde las páginas de su periódico. Nunca regresó a España, ni siquiera cuando sus correligionarios proclamaron en 1873 la I República. Muchos de ellos, como Castelar o Pi i Margall, que ya habían marcado distancias antes del atentado, jamás quisieron saber de él. Paúl y Angulo, sin embargo, siempre defendió su inocencia. Incluso escribió un opúsculo en 1886, titulado Los asesinos del general Prim y la política de España, en el que señalaba como culpable al general Serrano. Sin embargo, nunca respondió a una pregunta elemental que le formularon desde la prensa: ¿dónde estaba la tarde del 27 de diciembre de 1870? Todo apunta a que Paúl y Angulo, que murió en París en 1892, pudo ser el brazo ejecutor de una trama con raíces mucho más profundas.

La mano del regente

Francisco Serrano y Dominguez
Serrano también levanta sospechas. No tanto porque lo señalara como tal el dedo acusador de Paúl y Angulo, sino porque la muerte de Prim alentaba sus expectativas. Serrano, que desempeñó un importante papel en la Gloriosa, ocupó la regencia de forma interina, mientras se buscaba monarca. Se trataba de un cargo poco más que honorífico, pero rodeado de oropeles que encajaban con su perfil. Era amigo de lujos y disfrutaba con la representación. Dejó caer sus deseos de aspirar al trono, aunque era consciente de que Prim se oponía a sus pretensiones. Los planes del regente pasaban por eliminar a éste, cuando menos políticamente. Trató de hacerlo en el verano de 1870, cuando convocó un consejo de ministros en La Granja para pedirle su dimisión como presidente del gobierno. Advertido de las intenciones de Serrano, Prim acudió a La Granja, según confesó a un íntimo, dispuesto a arrojar al regente por una ventana si planteaba la dimisión.

Amadeo I de Saboya
Al ver la actitud desafiante de Prim, Serrano no se atrevió a formularla. Después de la elección del Rey, Serrano intrigó para que Amadeo rechazase la Corona. Envió al monarca italiano, Víctor Manuel II, una carta en la que señalaba las inconveniencias de que su hijo Amadeo aceptara el trono, dados los pocos apoyos políticos con que contaba. La llegada del Saboya suponía el final de su regencia y sus prebendas. Prefería mantener la explosiva situación de la política española y que un nuevo fracaso de Prim en su búsqueda de un rey lo llevara a su caída política. Sus expectativas se desvanecieron cuando Víctor Manuel II decidió aceptar la propuesta para su hijo. Ni sus deseos ni sus maniobras permiten lanzar sobre Serrano acusaciones sólidas. Pero hay un dato que levanta mayores sospechas: la imputación de José María Pastor como inculpado en el asesinato de Prim. Era el jefe de la escolta del regente, y el juez vio suficientes indicios de su implicación en la trama como para mandarlo a prisión. Pastor solo actuaba por indicación de Serrano, y más aún en un asunto tan complejo. La acusación señalaba que había mantenido tratos con otros de los detenidos, unos tratos que a Pastor le resultaba muy difícil explicar. Por último, hay una anécdota que tiene el valor de quienes la protagonizaron y del momento en que se produjo. Amadeo de Saboya se encontró en la basílica de Atocha, donde se velaba el cadáver de Prim, con la viuda del general, doña Isabel Agüero. El italiano le prometió no descansar hasta encontrar a los asesinos. La respuesta de la dama fue muy explícita: "En ese caso, Vuestra Majestad no tendrá que buscar muy lejos". Quien acompañaba al Monarca era Serrano.

El arribista traicionado

Duque de Montpensier
El tercer sospechoso es el duque de Montpensier. Vino a España en 1846 con el propósito de convertirse en rey, para lo que contrajo matrimonio con la menor de las hijas de Fernando VII, la infanta Luisa Fernanda. La boda se celebró el mismo día en que la hermana de ésta, la reina Isabel II, se casaba con el infante don Francisco de Asís, a quien sus contemporáneos apodaron con el injurioso mote de Paquito Natillas. Un informe médico señalaba que Isabel II padecía una grave enfermedad que la llevaría al sepulcro en poco tiempo, lo que dejaría libre a su hermana el acceso al trono. Las expectativas de Montpensier no se cumplieron: Isabel gozó de excelente salud. Muy pronto comenzaron las tensiones familiares. El cuñado de la Reina intrigaba en la corte y mantenía contactos con sus más caracterizados enemigos, por lo que Montpensier y su esposa fueron "invitados" a trasladar su residencia a Sevilla. Pero las intrigas no cesaron, y en el verano de 1868 recibieron órdenes tajantes de dejar España. El gobierno tenía pruebas de que Montpensier financiaba a quienes conspiraban contra Isabel II, cuya cabeza visible era el general Prim, exiliado en Londres. La Gloriosa alentó las esperanzas del duque. Pensaba que la revolución era contra la Reina, pero se sintió defraudado cuando Prim lanzó su grito de guerra contra los Borbones. Montpensier, sin embargo, no cejó en su empeño. Subvencionó periódicos para crearse una brillante imagen pública y lanzó durísimas campañas de desprestigio contra los candidatos propuestos por Prim. Elegido Amadeo de Saboya, la prensa montpensierista atacó al general con saña. Las sospechas de su implicación en el atentado se fundan en sus relaciones con un grupo de malhechores que integraban una sociedad bautizada como La Internacional, cuyo propósito era conseguir que Montpensier accediera al trono. No importaba el método si se alcanzaba la meta. El ayudante del duque, Solís y Campuzano, mantuvo contactos con los bandidos y fue detenido por orden judicial. El propio Montpensier tuvo que prestar declaración, cosa que hizo en un juzgado francés, al haberse marchado de España tras el asesinato de Prim. 


LOS CLAROSCUROS DEL GENERAL
Juan Prim y las manifestaciones de una personalidad compleja en un difícil momento de la política española.


  • PROGRESISTA SIN MANUAL La recia personalidad de Prim  es una sucesión de luces y sombras. Ligado al liberalismo progresista, combatió a los carlistas, enemigos de Isabel II. Pero acabó enfrentado con Espartero, máximo representante del progresismo, por las medidas económicas de éste, que perjudicaban gravemente a la industria textil catalana. Atraído por la política, Prim desempeñó numerosos cargos públicos, con actuaciones controvertidas, y conspiró contra diferentes gobiernos, lo que le llevó en varias ocasiones a prisión o al exilio.
  • EN BUSCA DE AIRES NUEVOS Isabel II reconoció sus méritos y le otorgó los títulos de conde de Reus y marqués de los Castillejos, pero esa relación se quebró a partir de la noche de San Daniel, una protesta estudiantil que fue ahogada en sangre por las fuerzas del orden. Prim buscó el final de una dinastía que no asumía los planteamientos progresistas de soberanía nacional y sufragio universal masculino. Después de fracasado el alzamiento de Villarejo -su intentona golpista- en 1866, tuvo que exiliarse. Desde el extranjero actuó como pieza principal en el destronamiento de Isabel II. Monárquico de convicción, se enfrentó a los republicanos, pero también a los partidarios de la hermana de la destronada, la infanta Luisa Fernanda, y de su esposo, el duque de Montpensier. Prim apoyaba la entronización de una dinastía completamente nueva.

AQUELLO NO PODÍA SALIR BIEN
Las enormes consecuencias políticas del magnicidio

Amadeo de Saboya en el entierro de Prim.
  • LA MUERTE de Prim tuvo importantes efectos políticos. El principal fue que, con su desaparición, Amadeo I perdió su principal apoyo para mantenerse en el trono. Sin raíces y con un grave desconocimiento de la realidad política española, el Saboya tuvo que hacer frente a numerosos enemigos (carlistas, borbónicos y republicanos), así como a la inestabilidad política. Sin el apoyo del general asesinado, la suya era una aventura condenada al fracaso. Aquella muerte supuso un obstáculo insalvable para que, en la España que encaraba el último tercio del siglo XIX, se asentara una monarquía basada en los principios políticos del liberalismo progresista.
  • LA SOLEDAD POLÍTICA en que lo dejó el asesinato de Prim, artífice de su entronización, fue insuperable para Amadeo de Saboya. El italiano era un monarca escrupulosamente constitucional, con actitudes muy diferentes a las veleidades políticas y los cabildeos que protagonizaron Isabel II y, años después, con la Restauración, el nieto de ésta, Alfonso XIII.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El,otra vez hoy tan comentado asesinato de Prim, fue conspiraciones aparte, la nueva demostración de las envidias que levanta cualquier gobernante independiente o no sectario en la envenenada política española de cualquier época histórica. Una evidencia de que la disensión en este país puede acarrear, y de hecho lo hace, peligro de muerte. Qué pena!!!

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