lunes, 3 de octubre de 2011

Cartago frente a Roma (Parte 1)


Cartago, fundada por la legendaria reina Dido, se convirtió en un Imperio comercial y marítimo que dominó el Norte de África durante medio milenio. Su pujanza estorbaba la expansión romana, lo que provocó la ruina púnica.

Cuando en el año 814 a.C., unos navegantes originarios de Fenicia y Chipre doblaron el cabo Bon, encaminándose hacia el fondo del golfo de Cartago, poco imaginaban el éxito que tendría su elección del terreno ni el brillante futuro que le esperaba a la ciudad que allí proyectaban construir.

Pocos nombres de ciudades sugieren tantas escenas -históricas o míticas, qué importa- en la memoria colectiva de los pueblos y resisten el paso del tiempo como en el caso de Cartago. Su antigüedad -unos sesenta y cinco años anterior a la propia Roma-, el poderío marítimo que llegó a alcanzar por medio de su flota mercante y de guerra, los territorios que llegó a dominar, la organización social, la religión y tantas otras consecuciones técnicas y económicas llamaron poderosamente la atención de sus contemporáneos, griegos y romanos principalmente.


Orígenes legendarios

Como toda ciudad que en el mundo antiguo tuvo un papel importante, Cartago no podía ser menos a la hora de contar con un pasado mítico, con unas raíces en las leyendas más difundidas y, de acuerdo con el carácter comercial de los fenicios, la empresa de su fundación también está impregnada de esa astucia que caracteriza a los buenos negociantes.

La historia dio comienzo en Tiro, una de las más poderosas ciudades en la costa del Levante mediterráneo; allí se desarrolló un drama familiar digno de la mejor novela de éxito. El rey Pigmalión ambicionaba las riquezas de su cuñado Ajerbas, el gran sacerdote de Melkart, y mandó matarlo para apoderarse de ellas a pesar de los ruegos de su hermana Elisa, más conocida por Dido, el poético nombre que le dio Virgilio en su Eneida. De este modo, la princesa se encontró a la cabeza del bando opositor al rey; a toda prisa se organizó una expedición para huir de Tiro y en ella tomaron parte un buen número de ciudadanos de alcurnia, además de marinos, comerciantes, artesanos, esclavos, etcétera.

Los fugitivos arribaron a Chipre, donde otro contingente de personas se sumó a la flota; ésta se encaminó hacia cualquier lugar del Norte de África, bien conocido desde mucho antes por los infatigables navegantes fenicios. Así, llegaron a un lugar -cuyo nombre aún desconocemos- que ya estaba poblado por gentes de su mismo origen y cuyo jefe cedió a Elisa "todo aquel terreno que pueda ser contenido por una piel de buey". La inteligencia de Elisa demostró su capacidad de dar la vuelta al término ambiguo del contrato y permitió establecer a toda su expedición, pues hizo cortar la piel de un buey en una fina y muy larga tira de cuero con la cual pudo marcar un terreno amplio, cortando una península y obteniendo una superficie con unos 4 km. de perímetro en la que fundar Qart Hadasht, la "Ciudad Nueva", la futura Carthago de los romanos.

Con la visita de Eneas -por entonces huyendo de Troyas camino de Italia- y sus amores con Dido, la leyenda cierra otro capítulo y concluye en tragedia: el rey libio Hiarbas pretendió desposar a la reina Dido; no queriendo ésta salir de su viudez, y en homenaje a su difunto marido, organizó un ceremonial de expiación y al término del mismo se arrojó a la hoguera. De este modo se explica que en Cartago perdurase el culto a Elisa y la proliferación de este nombre -Elishat- en las estelas púnicas halladas en sus necrópolis. Virgilio dramatizó aún más este relato, narrando que el suicidio de Dido fue consecuencia del abandono de Eneas y del mal de amores hacia éste.

Tras estos míticos orígenes se esconde la realidad de un prestigio que no hizo más que aumentar y, con el paso del tiempo, se constituyó en la más pujante de todas las ciudades del Norte de África. Su inicio vinculado a la realeza de Tiro y la instalación en ella de aristócratas y grandes comerciantes la convirtieron en la preferida entre todas las colonias fenicias, por encima de otras más antiguas e igualmente prósperas como Útica o Hadrumetum -la actual Susa- Con la caída de las ciudades metropolitanas de Fenicia en manos de los asirios, especialmente la conquista de Tiro por Nabucodonosor II, Cartago sustituyó a la ciudad de origen y se convirtió en la nueva metrópoli fenicia del Mediterráneo ya desde fines del siglo VII a.C.

Un lugar idóneo

Los restos más primitivos hallados en Cartago confirman su antigüedad literaria: al lado del puerto comercial, en el año 1947, apareció un yacimiento con cerámicas chipro-fenicias de fines de la Edad de Bronce. Sin embargo, la arqueología no ha podido documentar todavía la existencia de un establecimiento humano contemporáneo a la fecha del 814, pues las tumbas más antiguas no se remontan más allá de los años finales del siglo VIII a.C.

La población cartaginesa de los primeros tiempos se estableció en dos montículos cercanos a la línea costera, llamados Byrsa -bursa, en griego, significa bolsa de cuero- y colina de Juno. En la primera se alzó la ciudadela fortificada cuyos imponentes restos pusieron al descubierto los Padres Blancos y los primeros arqueólogos franceses ya en los últimos años del siglo XIX. Las casas que hoy se pueden contemplar en las laderas de la colina, rectangulares y de buena construcción, con varias cisternas y patios, son las que corresponden a los últimos tiempos de independencia cartaginesa, anteriores al año 146 a.C., fecha de su caída en manos romanas. En época de Augusto se desmochó la colina, amesetándola, con lo que se ha perdido todo vestigio de la acrópolis cartaginesa, con los edificios que las fuentes nos cuentan que había en él: unas murallas muy altas, el gran templo de Eshmún en el centro y la escalinata de sesenta escalones que a él conducía...

Al sur de la colína de Byrsa se encuentra uno de los lugares más emblemáticos de Cartago, el tofet de Salammbó. Se trata de una necrópolis utilizada desde mediados del siglo VIII hasta el siglo II a.C., donde las urnas cinerarias se cubrían con un cipo o una estela. Además de constituir un espléndido depósito arqueológico en el que estudiar la evolución de la cerámica, el ajuar funerario y las estelas cartaginesas, el tofet ilustra uno de los aspectos más polémicos de la civilización púnica: los sacrificios humanos. En efecto, la mayoría de las urnas allí encontradas encerraban los restos de niños recién nacidos y de entre 2 y 4 años, sacrificados en la ceremonia del molkomor o mol'k, en el cual estos infantes eran arrojados a la hoguera en homenaje a Baal Hammón y a la diosa Tanit, pero que también ha sido interpretado como una simple ofrenda primaveral a la fecundidad y en el que los niños no siempre se sacrificaban vivos. En todo caso, esta cuestión no se ha aclarado aún y seguirá suscitando encendidos debates. El hábitat arcaico se extendía entre las colinas y la playa, donde diversos sondeos han permitido recuperar algunos aspectos de la vida de Cartago entre los siglos VII y V a.C. Sin embargo, los restos arqueológicos cartagineses de mayor importancia, urbanísticamente hablando, corresponden al período de las Guerras Púnicas, las guerras con Roma, a pesar de su resultado adverso. Las calles y casas muestran una fuerte influencia helenística, con un trazado regular de calles paralelas y manzanas de casas con varios pisos -hasta seis-, cisternas y jardines en el interior. Estucos y pavimentos de gran calidad, junto con columnas, pasillos, escaleras, drenajes de aguas, pozos negros... muestran la calidad de vida alcanzada por las clases acomodadas de Cartago.

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