martes, 13 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 3) Batalla del Gránico


LA BATALLA DEL GRÁNICO

Un abril del año 334 а.С., Alejandro había cruzado el Helesponto. Mientras sus tropas completaban la travesía, visitó el antiguo emplazamiento de Troya, y ceremoniosamente ofreció sacrificios en honor de los legendarios héroes griegos que habían, como él mismo, combatido contra una potencia asiática en suelo asiático. Para la travesía de su ejército utilizó muchos buques de transporte protegidos por 160 galeras de guerra (trirremos). Su primer objetivo consistía en liberar las ciudades griegas de Asia del control persa, y para ello necesitaba marchar hacia el sur a lo largo de la costa este del Egeo. Sin embargo, un numeroso ejército persa que no había llegado a tiempo para impedir la travesía le amenazaba ahora desde el este del Troad. Alejandro no podía dejarlo a sus espaldas, y en todo caso estaba siempre contento de aceptar el reto que suponía una batalla campal.

Las fuerzas persas estaban acampadas en Zelia y para ir a su encuentro Alejandro avanzó a través de Troad, un territorio recorrido por varios ríos que fluían al norte hacia el mar de Mármara (Propontis). Uno de ellos, el Gránico, proporcionaba un foso defensivo a las posiciones persas. El rey persa, Darío que en su lejana capital de Susa había confiado su ejército de Asia Menor al mando de los gobernadores de sus provincias occidentales. Un cuerpo de mercenarios griegos estaba al servicio de los persas al mando de Memnon de Rodas, un oficial que ya había probado su destreza en la batalla contra las fuerzas macedonias. El contingente que dirigía en esta ocasión tenía poco menos de 20.000 hombres, un número aproximadamente igual al de la caballería persa. Sin embargo, estaba apoyado por muy poca infantería persa. Estos normalmente no combatían en desventaja numérica, por lo que sólo puede suponerse que su infantería aún no se había movilizado completamente. De hecho, la reacción militar persa en general, en esta ocasión, parece ser que se produjo con grave retraso.

Alejandro se aproximó al Gránico por un terreno que le permitía un cierto grado de despliegue anticipado. Su cuerpo principal de infantería pesada marchaba en dos columnas en tándem y la caballería guardaba sus flancos, seguidos por el tren de bagajes. Bajo la dirección de un oficial llamado Heguelochus una fuerza de exploradores, compuesta de lanceros a caballo (sarissophoroi) y de 500 hombres de infantería ligeramente armados, reconocía el terreno por delante de las fuerzas.

El ejército macedonio que estaba lejos del río Gránico cuando los mensajeros de Hegelochus volvieron con la noticia de que el enemigo había sido avistado formado en línea de batalla al otro lado del río. La aproximación al Gránico fue tal que Alejandro pudo extender su ejército, ya medio desplegado, para formar un frente de batalla. Su segundo jefe, Parmenión, aparece en este momento sugiriendo una política de espera, argumentando que sería mejor para los macedonios acampar esa noche en la posición que ocupaban. El rápido y profundo río con sus escarpadas orillas era una difícil barrera entre los dos ejércitos, y si los hombres de Alejandro tomaban en ese momento la iniciativa y forzaban la travesía, llegarían al otro lado en grupos dispersos o en columna, de forma que quedarían expuestos a peligrosos contraataques. Parece ser que Parmenión indicó que el enemigo al estar en inferioridad numérica en infantería no se arriesgaría a vivaquear cerca de la orilla del río, donde serían más vulnerables a un ataque sorpresa durante la noche. Si los macedonios esperaban hasta el amanecer y se aseguraban de que la orilla opuesta no estuviese aún ocupada por el enemigo, podrían aprovechar la oportunidad y cruzar antes de que los persas llegaran hasta allí. Es posible que Parinenión hablase de esta manera, o bien podría tratarse de la forma en que el antiguo historiador dramatizara este dilema militar. Pero en todo caso, Alejandro es representado como rechazando la idea desdeñosamente. Se trataba de una cuestión de moral: un ataque inmediato infundiría valor y confianza en los macedonios, al mismo tiempo que intimidaría a los persas.

No obstante, los dos ejércitos esperaron durante algún tiempo en sus respectivos lados dudando en tomar la iniciativa. Los persas, desde los altos terrenos que ocupaban más allá del río, podían observar la posición del propio Alejandro, fácilmente distinguible por su espléndida armadura y su séquito. En un reciente consejo celebrado por los generales del rey Darío, Memnon de Rodas se había mostrado en contra de llevar a cabo ninguna acción. El deseaba replegarse realizando una política de tierra quemada, y privando al ejército de Alejandro de cualquier tipo de aprovisionamiento. Entonces sería posible defender las ciudades griegas de la costa del Egeo mediante una pura estrategia naval, y Alejandro quedaría aislado tanto de Asia como de Europa. Sin embargo, los generales persas celosos de la confianza que el rey Darío tenía en Memnon, no estuvieron dispuestos a realizar los sacrificios que implicaba la política de tierra quemada. Por su parte, Alejandro tenía suficientes razones para efectuar un ataque inmediato; aparte de la cuestión de la moral, si esperaba, los persas podrían recibir refuerzos masivos, con lo que él perdería la ventaja de contar con el mayor número de tropas de infantería de que entonces disfrutaba.



Las tácticas de Alejandro

Se puede argumentar que a lo largo de sus campañas Alejandro utilizó las tácticas estándar que había heredado de su padre Filipo. Sin embargo, estas tácticas básicas fueron puestas en práctica con la sorprendente versatilidad, improvisación y recursos que el momento y lugar requerían. La batalla del Gránico es un ejemplo eminente de las variaciones posibles sobre este esquema básico.

El plan de batalla macedonio característico dependía de la coordinación de una falange de infantería prácticamente estática con un rápido flanco de caballería, que se extendía por el lado derecho para rebasar y rodear el enemigo, empujándolo finalmente contra las erizadas picas de la falange. En este sentido, la función de la falange ha sido comparada con la de un yunque en vez de la de martillo. Pero, ¿cómo desarrollar tales tácticas, cuando en lugar de una amplia llanura idealmente adecuada para ellas era un río, con profundas orillas y crecido con las riadas de primavera, lo que separaba a los dos ejércitos? Alejandro, al frente de la caballería de su flanco derecho como era su costumbre, subía rio arriba luchando contra una fuerte corriente. Estaba decidido, como siempre que debía desbordar al enemigo, a no ser él mismo el desbordado por ellos. En las horas anteriores al comienzo de la acción los persas, desde sus posiciones más altas, habían podido observar sus movimientos personales; sin embargo, una vez iniciado el ataque, entre la fanfarria de trompetas y los fuertes gritos de batalla, los macedonios de la vanguardia entraron en el río. Es posible que Alejandro y la caballería Asociada de elite que dirigía quedaran protegidos por los contornos del terreno, las curvas del río y los árboles que crecían a lo largo de sus orillas.

No se nos dice nada del papel desempeñado por Parmenión en esta batalla. Sólo se comenta de pasada que al comienzo Alejandro le dejó encargado del ala izquierda. En cualquier caso, en las primeras etapas de la acción, el papel del ala izquierda fue puramente defensivo. Siempre existía el riesgo de que teniendo tal preponderancia en caballería pesada, los persas pudieran revolverse contra Alejandro y contrarrestar su movimiento envolvente por el otro lado del campo con una salida de su propia ala derecha, cruzando el río, atacando el campamento de bagajes y amenazando al centro macedonio desde la retaguardia. Parmenión, al mando de toda el ala izquierda, incluyendo la caballería de Tesalia que estaba en el extremo izquierdo, podría también haber sido destacado, a fin de mantener la línea del río contra una contraofensiva de ese tipo hasta que el ataque central macedonio hubiera absorbido los esfuerzos enemigos, de tal forma que pudieran cruzar con toda seguridad. Ciertamente las tácticas de combate macedonias requerían siempre un flanco izquierdo fuerte para equilibrar y salvaguardar las audaces operaciones del lado derecho.

En el Gránico, los famosos piqueros de infantería de la falange macedonia formaban la parte central como de costumbre. Aunque de forma menos característica, en esta ocasión iniciaron también el combate, función comúnmente asignada a la caballería Asociada de Alejandro en el ala derecha. En todo caso, la punta de lanza del ataque del cruce del río la formaba un escuadrón de caballería simado delante de la falange que había sido traído, al parecer, desde el flanco derecho. Cuando estas unidades alcanzaron la orilla opuesta, fueron recibidas con andanadas de armas arrojadizas, y pronto entraron en colisión con la parte más escogida de la caballería persa y con la infantería pesada de Memnon, que esperaba a los atacantes desde una posición ventajosa. Probablemente las pérdidas sufridas por los macedonios fueran muy numerosas.

Los oficiales de Alejandro del sector central sabían tan bien como él mismo que el éxito de la operación era una apuesta contra el tiempo, y que la animosa y abnegada entrega demostrada tanto por ellos como por los hombres que mandaban era la medida de su confianza en Alejandro y su devoción por él. Este, por su parte, probablemente se encontró con que la corriente del río, mientras lo vadeaba, era más fuerte de lo esperado, pero en todo caso lo asumió, como frecuentemente hacía, como un riesgo calculado.

Ciertamente, la maniobra realizada por la caballería Asociada para asegurar la posición determinada por Alejandro para garantizar el flanqueamiento, fue larga y sinuosa, llevándole lejos del centro principal de la batalla. Éste fue el coste de intentar rodear una fuerza de mayor tamaño con otra más pequeña. Por su parte, los persas fueron evidentemente cogidos por sorpresa cuando Alejandro apareció por su izquierda. Esto puede comprobarse por la precipitación con la que los jefes persas trasladaron su atención desde la parte central de la acción para enfrentarse a la nueva amenaza.

Un antiguo relato hace referencia a una feroz oposición encontrada por Alejandro mientras escalaba la orilla más lejana del río, pero esta resistencia, si el relato es preciso, habría sido probablemente ofrecida por un pequeño destacamento situado en ese lugar para proteger lo que se consideraría como un lugar de cruce remoto e improbable.

Las fuerzas persas eran tan numerosas que podían prescindir de la caballería y emplearla para contraatacar el avance de Alejandro, pero las cortas lancetas de los jinetes persas no podían competir con las largas lanzas macedonias (sarissai). Es más, la diversión de fuerzas necesaria para enfrentarse al ataque de Alejandro, alivió la presión de la desesperadamente amenazada vanguardia macedonia situada al borde del rio. Los supervivientes no continuaron sus ataques, sino que retrocedieron ligeramente para poder aprovechar así el impacto de Alejandro y sus Asociados en el lado derecho.

Mientras tanto, y debido a que el resto de las tropas persas estaba cada vez más inmerso en la lucha contra el ala dirigida por Alejandro, las orillas del río quedaban cada vez menos fuertemente guardadas. Oleada tras oleada, los macedonios podían ahora cruzar por diversos puntos, reforzando la cabeza de puente que había sido establecida tan precariamente.

Lo que siguió era el resultado típico de las tácticas de Alejandro. La caballería persa fue cogida entre las garras de un movimiento de pinza envolvente. En esta ocasión, sin embargo, la misma densidad de la mêlée privó hasta cierto punto a los lanceros macedonios (sarissophoroi) de su ventaja. Sus largas lanzas se trababan con facilidad y se rompían; el combate era cuerpo a cuerpo, de una manera más propia de las tácticas de la infantería griega que de la guerra de caballería, puesto que los caballos chocaban entre sí. En ambos bandos se desenvainaron las espadas y con el filo de éstas más que con la punta de la lanza, se decidió finalmente la situación.



La primera victoria

En plena culminación de la batalla, los jefes de ambas fuerzas se encontraron cara a cara. En verdad, nada podría haber resultado más adecuado para el gran sentido del drama y el gusto por el conflicto personal épico de Alejandro. La lanza se le había escapado de la mano y gritó a Aretis, un oficial de su escolta, pidiéndole otra. La lanza de Aretis se había partido también; sin embarg, Demarato, un guardaespaldas corintio, le dio la que necesitaba, y armado así atravesó la multitud, pues había visto a Mitridates, el yerno del rey Darío, que en ese momento dirigía una formación de jinetes persas a la batalla. Mitridates cabalgaba muy por delante de los hombres que mandaba y estaba hasta cierto punto aislado. Alejandro vio la oportunidad para entablar un combate singular. Cargó, y la punta de su lanza alcanzó al príncipe persa de lleno en la cara, enviándole a tierra sin vida.

Rhoesaces, hermano del jefe persa Spithridates, llegó demasiado tarde para salvar al hombre que yacía en el suelo; sin embargo, intentó vengarle. Blandió su espada, asestando un golpe contra la cabeza ele Alejandro (kopis) que agrietó su magnífico casco (pero el golpe había sido sesgado y el casco salvó a Alejandro); éste dio media vuelta y tuvo tiempo de utilizar de nuevo su lanza, atravesando mortalmente el cuerpo ele Rhoesaces.

El mismo Spithridates apareció de repente en ese lugar. O bien Alejandro no pudo sacar su lanza, o bien no tuvo tiempo para nivelarla de nuevo, pues el persa estaba ya al alcance de su espada y éste levantó la suya preparándose para asestar el que habría sido probablemente un golpe mortal. Pero antes de que la espada cayera, Clilo, oficial de confianza ele Alejandro, acuchilló el hombro de Spithridates cortándolo limpiamente. Hay otras versiones sobre este mismo sangriento episodio, pero todas terminan con Spithridates, Rhoesaces y Mithridates muertos en el campo de batalla.

Para entonces, la caballería macedonia así como la infantería pudieron cruzar el río por todos sus puntos con relativa facilidad y. mientras se unían a la contienda, los persas se veían forzados cada vez más a mantenerse a la defensiva, fueron empujados lejos de la orilla del río en plena confusión, y hostigados también por las armas arrojadizas de los arqueros y los lanzadores de jabalinas que Alejandro había colocado entre su caballería Asociada.

Los jinetes macedonios que acababan de llegar, se agruparon alrededor de Alejandro; ahora podían utilizar sus lanzas, golpeando las caras de sus enemigos y las cabezas de sus caballos. Pronto los persas comenzaron a ceder, especialmente en el sector donde el mismo Alejandro destacaba personalmente.

Lo que siguió fue una huida desordenada. Ciertamente sólo mediante la huida podían los persas salvarse de ser aplastados entre la caballería de Alejandro y la ahora, firmemente establecida falange de infantería. Los persas habían perdido ya mil jinetes y hubieran perdido más si Alejandro no hubiera desviado su atención hacia la fuerza griega de Memnon.

Contrariamente a los persas, el contingente de mercenarios griegos se había retirado a los terrenos elevados y defendido su posición con coraje profesional. Arriano, el historiador mejor informado de esta acción, resalta con poca amabilidad que los mercenarios no tenían ningún plan, sino que simplemente se quedaron estupefactos ante lo inesperado del desastre. Parece ser que en un determinado momento intentaron pactar en honrosas condiciones; pero Alejandro no les concedió ninguna. En todo caso, el contingente mercenario al completo fue rodeado y finalmente capturado, a excepción de unos cuantos que escaparon fingiendo estar muertos. Memnon, su jefe, escapó (no consta si lo hizo fingiendo estar muerto o no). Vivió y siguió sirviendo al rey persa durante otro año, y de no haber sido por su muerte imprevista a causa de una enfermedad, puede decirse con toda seguridad que hubiera sido una espina en el costado de Alejandro.

Se cree que 25 miembros de la caballería Asociada de Alejandro murieron en la batalla, así como otros 60 de la caballería regular. Las bajas de la infantería fueron aparentemente de 30 hombres. Estas cifras parecen sorprendentemente bajas a la vista de la ferocidad del combate. Alejandro enterró a los muertos de ambos bandos con los honores debidos e indemnizó a las familias de sus soldados caídos con exenciones de impuestos y de las deudas feudales. Visitó personalmente a todos los heridos y les escuchó pacientemente mientras le relataban sus aventuras en la batalla.

Los 2.000 mercenarios griegos que había capturado fueron enviados de vuelta a Macedonia encadenados bajo sentencia de trabajos forzados. Alejandro les consideraba traidores a la causa de la unión griega, de la que él decía ser el líder legítimo. Es probable que los hombres de Memnon nunca hubieran considerado que existía algo parecido a la causa de la unión griega, probablemente creyeran que un griego no tenía por qué deber más lealtad al rey de Macedonia que al rey de Persia.

Alejandro envió a Atenas una colección de armas persas y una armadura para que fueran ofrecidas en el templo de la diosa Atenea. En la inscripción que se acompañaba, se proclamaba que estos despojos habían sido tomados a los persas en Asia por Alejandro y los griegos (a excepción de los espartanos). Los macedonios, por supuesto, no eran mencionados específicamente, ya que Alejandro insistía siempre en considerarles como griegos. La ácida referencia a los espartanos subrayaba su resentida abstención en el congreso de Corinto y en la guerra persa que dicho congreso había autorizado.

Perdonó a los ciudadanos de Zelia por dar alojamiento al ejército enemigo. Consideró razonablemente, no habían tenido ninguna otra elección en este asunto. Otras localidades de la región, quizás animadas por su clemencia, admitieron de buena gana a sus oficiales. La guarnición persa de Dascylion, centro administrativo importante, había huido ya y Parmenión había sido enviado allí para ocuparla. Alejandro estaba ahora libre para avanzar hacia el sur y entrar en Sardis, que había sido el cuartel general de Spithridates, antigua capital lidia desde donde se controlaban las ciudades griegas del lado este del Egeo.

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