miércoles, 14 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 4) Después del Gránico


DESPUÉS DEL GRÁNICO

Después de la batalla del Grànico, Alejandro apareció tal y como había pretendido y como él mismo se veía, como libertador de las ciudades griegas de Asia (liberación en la práctica significaba la sustitución del señorío persa por el suyo propio). Evidentemente su paso siguiente fue un movimiento en esta dirección, aunque no puede saberse si ya lo había previsto así, como primer paso de una gran estrategia para la conquista del mundo. Tenía por costumbre mantener silencio hasta el momento de la acción, y cuando ésta llegaba, ya había tomado su decisión.

La liberación en las condiciones de Alejandro era ahora evidentemente más aceptable para los gobiernos provinciales persas que para algunas de las ciudades estado griegas, que eran el objetivo de sus benevolentes intenciones. Sardis le abrió sus puertas enseguida y fue aceptado en términos amigables por el jefe de la guarnición persa. Sin embargo, cuando volvió su atención a las ciudades griegas de la costa este del Egeo que habían sido administradas desde Sardis, se encontró con diversas acogidas. Éfeso se rindió fácilmente e impuso en ella una democracia sujeta, por supuesto, a su propia soberanía, y cuando la oligarquía pro-persa preexistente fue masacrada, Alejandro se llevó el honor de haber intervenido rápidamente para contener la ley del populacho.

Memmon, que había sobrevivido a la batalla en el Grànico, realizaba ahora en el litoral del mar Egeo el tipo de guerra naval que había aconsejado llevar a cabo antes de la batalla. Su plan consistía en aprovisionar a las ciudades costeras griegas contra los macedonios, mientras devastaban las tierras del interior, privando así del sustento al ejército de Alejandro. Sea como fuere, sólo pudo poner en práctica la mitad de esta estrategia. Alejandro continuó bien aprovisionado en tierra. Arsites, el sátrapa persa que se había opuesto a la estrategia de tierra quemada en el Gránico, había sobrevivido también a la batalla, pero se había suicidado después; quizá vio demasiado tarde el error de su propio juicio.

Mileto, al sur de Éfeso, se hubiera rendido sin duda fácilmente a Alejandro, pero estando la flota persa con contingentes importantes fenicios y chipriotas cerca y a mano para apoyar la resistencia, Hegesistratus, el jefe ele la guarnición, se puso comprensiblemente del lado del probable ganador. La flota de Alejandro compuesta por 160 buques llegó hasta allí y ancló cerca de la isla de Lade situada frente a la ciudad. Alejandro estacionó a sus tracios y a sus 4000 soldados mercenarios en la isla, pero cuando la flota persa de 400 barcos fondeó delante de él bajo el promontorio de Micale, en tierra firme, no se arriesgó a un combate naval ante tal desventaja numérica. Rechazando una solución de compromiso que le había propuesto la guarnición de Mileto y sus ciudadanos, según la cual la ciudad quedaría abierta tanto a los macedonios como a los persas, hizo traer sus máquinas de asedio. Ya había ocupado la parte exterior de la ciudad sin oposición, antes de que hubiera tenido lugar su breve entrevista con los representantes de Mileto.

Los buques de Alejandro se atravesaron entonces frente a Lade y bloquearon la entrada del puerto de la ciudad, anclando en línea y transversalmente para cortar a los defensores cualquier esperanza de ayuda del exterior. Ante la aproximación de los sitiadores, algunos componentes de la guarnición intentaron salvarse a nado, y 300 mercenarios griegos consiguieron llegar hasta una isla rocosa en medio de la mar situada no lejos de allí. Después de capturar la ciudad, Alejandro asaltó esa isla utilizando escaleras montadas en botes y, admirado del gran valor de los mercenarios, les perdonó la vida tomándolos a su servicio. Esto fue el inicio de una nueva política más inteligente hacia los mercenarios griegos. Por otra parte, el duro ejemplo dado con los hombres que había capturado en el Grànico, solamente proporcionaría en el futuro más desesperación en hombres que ya estaban desesperados.

Las ciudades del interior de Magnesia y Tralles se habían rendido a Alejandro sin luchar, pero Halicarnaso, en la costa de Caria, situada 100 millas al sur de Éfeso, podía recibir ayuda desde el mar y Memnon pronto se encontró entre sus murallas, compartiendo el mando de la guarnición con el persa Orontobates. La ciudad fue atacada y defendida por todos los medios conocidos de asedio en el mundo antiguo: los fosos fueron rellenados, las torres socavadas y las murallas embestidas con arietes. Los defensores construyeron una muralla interior donde había peligro de que se produjeran brechas y contestaron a los asediadores con dardos de fuego y salidas incendiarias. Pero Alejandro continuó incansablemente infligiendo gran número de bajas y daños hasta que finalmente, al mando de Memnon, la guarnición incendió sus almacenes y fortificaciones y escapó hacia el sur. El mismo Memnon se dirigió de nuevo al norte y ocupó Chios, donde la población griega, al igual que él mismo, no veía ninguna razón en particular para reconocer al gobierno macedonio) en lugar de al persa. Para entonces, el rey Darío había nombrado al mercenario griego jefe supremo de todas las fuerzas persas en el Asia inferior. Hay un interesante epílogo a la captura de Halicarnaso por Alejandro. En el pasado, la ciudad había estado tradicional mente gobernada por uno de esos regímenes matriarcales en los cuales la soberanía estaba reservada exclusivamente a los descendientes de una determinada familia mediante el matrimonio de hermanos y hermanas. En el año 334 a.C., una pretendiente real femenina llamada Ada, cuyo poder, que había quedado disminuido debido a peleas dinásticas, solamente se extendía a la ciudad de Alinda que estaba en las proximidades, recibió de buena gana a Alejandro y le ofreció adoptarle como su hijo. Él aceptó la oferta y posteriormente restableció a Ada como reina de toda la Caria, incluyendo Halicarnaso.

Alejandro no se molestó en perseguir a Memnon, sino que se conformó con asegurar su propia posición. Movido por la compasión envió a casa a algunos de sus soldados que se habían casado poco antes de su partida. También mandó a uno de sus oficiales en un viaje de reclutamiento al Peloponeso griego. Ese invierno marchó con su ejército alrededor del extremo suroccidental del Asia Menor, donde las ciudades y sus guarniciones mercenarias se rindieron ante él sin oponer resistencia. Seguidamente marchó hacia el norte, a Gordium, en una expedición exploratoria, donde unió sus fuerzas a Parmenión, que ya había (de acuerdo con las instrucciones recibidas) ocupado aquella zona. También aquí se le unieron los macedonios que habían regresado del permiso y las nuevas levas procedentes de Macedonia y de la Grecia continental: en total 3.000 infantes y 300 de caballería, todos macedonios, junto con 200 tesalios de caballería y 150 mercenarios peloponesos al mando de su propio jefe.

Fue entonces cuando murió Memnon. Su muerte fue una evidente pérdida para el gobierno persa, y esta circunstancia quizá más que ninguna otra hizo persuadir al rey Darío de que debía acudir personalmente al campo de batalla para luchar contra Alejandro.

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