jueves, 15 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 5) Batalla de Isso


LA BATALLA DE ISSO 

La estrategia y las tácticas de la siguiente gran batalla campal de Alejandro difícilmente pueden ser apreciadas sin una cierta atención a la geografía. La batalla tuvo lugar en un punto donde la costa siria se une a la del sur del Asia Menor formando un ángulo recto, en las proximidades de Iskanderun (Alejandreta), nombre derivado del de Alejandro, que aún conserva su recuerdo,. Teniendo presente el mapa, uno se ve obligado a fijarse en el esquema de marcha estratégica que precedió al combate. 


Marcha y contramarcha 

Los sucesos ocurridos en la región del mar Egeo habían finalmente espoleado al rey persa a acudir él mismo al campo de batalla con un ejército de aproximadamente 600000 hombres. Los historiadores modernos han acusado a los antiguos en general de exagerar el número de tropas desplegadas por los persas y otros potentados del oriente con los que los ejércitos griegos y macedonios se enfrentaron en diferentes ocasiones. Sin embargo, se debe recordar que los ejércitos persas, al igual que los modernos, dependían de largas líneas de comunicación y aprovisionamiento; por el contrario, los ejércitos griegos eran pequeños y vivían en el terreno sobre el que marchaban, y el ejército de Alejandro era eminentemente de esta clase. Las cifras dadas en este caso sobre el ejército de Darío podrían muy bien haber tenido en cuenta las tropas de apoyo; en todo caso, Alejandro con una fuerza que había cruzado el Helesponto de no más de 40000 miembros, era claramente sobrepasado en número por un amplio margen. 

Es posible que Darío creyera que los meros números serían suficientes para aterrorizar a los macedonios y a su jefe, y que la noticia de su proximidad ocasionaría la huida de Alejandro, Tal al menos era la opinión que los menos prudentes de sus consejeros consiguieron inculcarle. Aparentemente en Darío, sus pensamientos nacían de sus deseos, y sus oficiales y cortesanos sabían que era inútil decirle algo que no deseara escuchar. Ciertamente, era tan grande su optimismo que tenía la esperanza, no ya de expulsar a Alejandro de Asia, sino de atraparle allí mismo. Su único problema, tal y como él lo veía, era impedir que el ejército macedonio se escapara. 

Mientras Alejandro marchaba hacia el sur cruzando las montañas de Tauro, para llegar a la llanura cerca de Tarso por el estrecho desfiladero de montaña conocido como las «Puertas de Cilicia», Darío dirigió su ejército hacia arriba del valle del Éufrates y a través de Siria. Había intentado impedir que Alejandro ocupara Tarso y para ello envió a su jefe Arsames para defender las Puertas de Cilicia frente al invasor. Pero Arsames, apoyado por una fuerza inadecuada, se encontró frente a un destacamento con armamento ligero de una gran movilidad, mandado por Alejandro en persona. Arsames no presentó batalla e intentó incendiar Tarso para impedir que cayera en manos enemigas, pero Alejandro fue demasiado rápido para él y la ciudad fue salvada. 

En Tarso, Alejandro cayó enfermo a causa de unas fiebres, y el retraso que ello ocasionó envalentonó a Darío, quien creyó que los macedonios temían enfrentarse a él en una batalla campal. Acampó en Sochi, en Siria, cerca del lugar que más tarde se convertiría en Antioquía. Cuando le informaron de que Alejandro continuaba avanzando, su primer pensamiento fue el de permanecer en su posición actual. En la llanura siria, la superioridad numérica persa podía ser utilizada ventajosamente. Probablemente hubiera hecho mejor si se hubiera adherido firmemente a esta estrategia, pero tal como la situación se desarrollaba, pensó que se le presentaba la oportunidad de asestar un golpe maestro. 

Alejandro, que había acampado con su ejército en Mallus, en Cilicia, atravesó el desfiladero de la costa hacia Siria y avanzó hasta el pequeño puerto de Isso, que ya había sido ocupado por un destacamento al mando de Parmenión. Aquí se estableció una base temporal en la que quedaron los macedonios enfermos y heridos. Seguidamente, Alejandro marchó hacia el sur a lo largo de una estrecha faja costera que separaba las montañas del mar, avanzando hacia las «Puertas Sirias», cerca de la moderna Iskanderun. 

Posiblemente marchó durante la noche como había hecho en su rápido avance en las Puertas Cilicias. Pero esta vez dirigía al grueso principal de su ejército y no simplemente a una fuerza de ataque móvil. Probablemente Darío pensó que Alejandro repetiría otra vez la misma estrategia que en Cilicia y decidió asestar su golpe maestro: mediante una sinuosa marcha separaría a Alejandro de su base local de Isso y le aislaría del grueso de su ejército. Esta operación se vio facilitada gracias a una violenta y repentina tormenta que había obligado a Alejandro a detenerse en Myriandus en la costa, cerca de las Puertas Sirias. Darío aprovechó la ruta del valle, al este de la sierra de Amanus y dirigió a su ejército de nuevo hacia el norte, evitando así al ejército de Alejandro y rodeando la franja costera. Sin embargo, esta maniobra tenía el inconveniente de que colocaba al ejército persa una vez más en un área estrecha de tierras bajas situada entre el mar y las montañas, sacrificando la llanura siria mucho más amplia donde sus efectivos hubieran sido desplegados con mucha más eficacia. 

Alejandro quedó sorprendido por este movimiento y envió un trirreme al golfo de Isso para confirmar la noticia. De hecho, esta nueva situación fue una agradable sorpresa: nada podía haber alegrado más a Alejandro que la perspectiva de un combate en un campo de batalla estrecho. Por el contrario, Darío pronto debió de sentirse desengañado, pues cuando descendió de las montañas cerca de Isso solamente encontró una base hospital. Los persas masacraron a muchos de los macedonios enfermos y heridos y se aseguraron de que los restantes quedaban fuera de combate cortándoles las manos derechas. Probablemente es lo que podría esperarse; Darío no podía en este crítico momento permitirse dar cuartel. 

Mientras tanto, Alejandro había dado la vuelta con todo su ejército y volvía sobre sus pasos hacia el norte. Es posible que Darío considerara todavía que aquél intentaba escapar y por ello hizo avanzar al ejército persa hacia el sur de Isso para cortarle el camino. Cuando las dos fuerzas se encontraron frente a frente, estaban separadas por el río Pinato, una estrecha torrentera por la que discurría poca cantidad de agua. Alejandro miraba al norte y Darío al sur. 

Aparentemente la situación no era muy diferente de la del Grànico, pero el hecho de que éste estuviera crecido debido a las corrientes primaverales y que el Pinato, a finales del otoño, tuviera poca agua, significaba que el campo de batalla era diferente. A pesar de lodo, Alejandro se preparó inmediatamente para poner en práctica las tácticas macedonias estandarizadas, con su eficaz centro de infantería y flancos de caballería bien coordinados. Según marchaba lenta pero decididamente hacia el norte, el estrecho margen de la faja costera se ensanchaba ligeramente, por lo que pudo desplegar a su ejército gradualmente, avanzando al final en línea de batalla. 



Cara a cara 

Darío estaba convencido de que Alejandro no buscaría voluntariamente una batalla campal, por lo que probablemente quedó sorprendido al verle preparado. En todo caso su actitud fue defensiva, fortificó las ya pendientes orillas del río con una empalizada en algunos puntos y envió a 30000 jinetes y 20000 infantes ligeros al otro lado del lecho del río para proteger sus posiciones mientras se formaba la línea de batalla. El se puso al mando de 30000 mercenarios griegos muy armados que, junto con 60000 mercenarios persas, constituían ahora el centro de su vanguardia, en cuya posición se enfrentarían a la falange macedonia. Darío tenía ahora consigo un número mucho mayor de soldados asiáticos de a pie que sus generales en el Gránico. Estos fueron dispuestos en grandes grupos para apoyar a las tropas avanzadas, colocándolas en una fila que ocupaba toda la longitud del estrecho campo de batalla; el mar quedaba a su derecha no muy lejos, y las colinas a su izquierda. En el centro de esta disposición más bien abigarrada, iba el mismo Darío en su carro. Esta posición central era la que normalmente tomaban los reyes persas en la batalla y desde ella podían impartir órdenes en una y otra dirección a cualquier parte de sus, normalmente, grandes ejércitos. En Isso, los contornos de las colinas estaban dispuestos de tal forma que la línea persa se curvaba hacia adelante, lo que implicaba un riesgo de envolvimiento para el ala derecha de Alejandro. En el centro, las unidades de infantería asiáticas, agrupadas de acuerdo con las diversas localidades donde habían sido reclinadas, estaban agrupadas tan densamente que no podían actuar con facilidad. Los 600000 hombres atribuidos a Darío como cifra total de su ejército, incluso admitiendo que no sea una exageración, no tenían por qué estar todos presentes en ese momento en el campo de batalla. 

En el avance del ejército de Alejandro todas las tropas situadas a la izquierda de la falange central estaban bajo el mando de Parmenión. A la derecha, los arqueros y los agríanos, ligeramente armados, fueron enviados a expulsar de los pies de las colinas al enemigo que los rebasaba. Esto se hizo muy fácilmente, y la infantería de Darío quedó rápidamente dispersada y buscando refugio en lo alto de las montañas, donde ya no representaban ninguna amenaza. A pesar de todo, 300 jinetes de Alejandro quedaron allí destacados para mantenerles vigilados. 

En el último momento, Alejandro retiró dos escuadrones de su caballería Asociada desde una posición relativamente central y los envió a reforzar su ala derecha. Este reajuste era sin duda muy necesario, puesto que ya había movido previamente a la caballería tesalia desde su posición originaria de la derecha, a la izquierda, donde los persas se agrupaban masivamente. Ciertamente Darío, tan pronto como pudo retirar su caballería de protección del otro lado del río, la concentró en su ala derecha contra Parmenión. Aquí la llanura, próxima al mar, parecía favorecer sin duda un combate de caballería. Los dos últimos reajustes de Alejandro fueron realizados sin encontrar oposición. Los tesalios cabalgaron rodeando la retaguardia del ejército que avanzaba, y la caballería Asociada, avisada de que el enemigo no debería observarles, encontró aparentemente cobertura entre los riscos que se extendían hacia el mar desde las colinas del interior. 

Alejandro continuó su lento avance cerciorándose de que lodo su ejército mantenía un frente nivelado, hasta que estuvo al alcance de las armas arrojadizas de las líneas persas. Entonces, repentinamente, inició el ataque por el lado derecho dirigiendo él mismo su caballería Asociada a través del lecho del río y haciendo retroceder al enemigo simado frente a él. Pero como es típico en las batallas de la antigüedad, el éxito conseguido en el ala derecha la llevó hacia adelante, desconectándola del centro. Las pendientes y desiguales orillas del río, junto con las empalizadas construidas por Darío, hicieron particularmente difícil a los falangistas el mantenerse unidos entre sí v mucho menos con Alejandro. Los mercenarios griegos de Darío penetraron entonces por la brecha abierta entre la caballería de Alejandro y la falange macedonia. Pronto estarían en una posición favorable para presionar a los falangistas hacia el río amenazándolos desde la retaguardia de la caballería macedonia que había puesto en fuga el ala izquierda persa. Uno no puede dejar de sospechar que la brecha que se había abierto en este punto de la línea macedonia era hasta cierto punto el resultado de la decisión, tomada por Alejandro en el último momento, de reforzar el ala derecha de su caballería a expensas del centro. Pero, ciertamente, en algún lugar había que correr riesgos. 



Los altibajos de la batalla 

A pesar de todos estos peligros, la calidad en el combate del centro macedonio estuvo a la altura de la ocasión, aunque sufrió unas 120 bajas y Tolomeo, hijo de Seleuco, uno de sus jefes principales, resultó muerto. En última instancia, los macedonios repelieron el peligroso contraataque y consiguieron contener el saliente que se había producido en su lado derecho, hasta que Alejandro pudo venir en su ayuda. 

Este, por su parte, mantenía el pleno control de los jinetes que estaban bajo su mando inmediato y no les permitió cometer el corriente error de lanzarse en persecuciones hasta una distancia tal que perdieran contacto con el teatro principal de la batalla. Dándose cuenta de que el ala izquierda persa había sido destrozada sin posibilidades de recuperación, dio media vuelta y atacó el cuerpo central de los mercenarios griegos por su flanco, obligándoles a replegarse desde el río, o derribándolos donde se encontraban en caso contrario. La falange macedonia pudo entonces reanudar su avance destruyendo la mayor parte de las unidades enemigas que habían sobrevivido al impacto de la caballería de Alejandro. 

El ejército de Darío estuvo más cerca de la victoria en su ala derecha, contra el ala izquierda macedonia donde mandaba Parmenión. Aquí, en la playay en la llanura adyacente al mar, la abrumadora mayoría en efectivos de caballería podría ser aprovechada casi con toda seguridad. No está claro si en esta ocasión las órdenes en el ala derecha de la caballería persa fueron dadas directamente por Darío, pero en todo caso sus oficiales en este sector estaban impacientes ante su papel puramente defensivo, por lo que los jinetes persas se abalanzaron rápidamente hacia el río para cruzarlo y atacar a la caballería tesalia formada frente a ellos. Se produjo un desesperado combate; pero cuando el ala derecha persa vio que el centro y la izquierda de su ejército se habían derrumbado, vacilaron y emprendieron la huida. Nadie se lo podría reprochar. Cualquier intento que se hubiera realizado para mantener el terreno sólo hubiera conducido a ser rodeados por la falange macedonia y por la victoriosa caballería de Alejandro. Pero el mismo cambio de dirección producido, al interrumpir la persecución que estaba teniendo lugar en algunos sectores por una precipitada huida general, les dejó en plena confusión y expuestos a los tesalios, que eran ahora los perseguidores. 

La huida del ejército de Darío en su sector pronto se convirtió en catástrofe. Muchos de los fugitivos eran jinetes fuertemente armados y equipados por lo que, o bien tenían dificultades en la huida o, si se desprendían de sus armas, quedaban indefensos al ser alcanzados. Al converger en los desfiladeros de las montañas en medio del creciente pánico, los caballos con sus jinetes caían a menudo y muchos murieron atrapados por los que les empujaban desde atrás. La caballería de Parmenión no cejaba en su persecución y los soldados persas de a pie, que se habían colocado detrás de su propia caballería, sufrían ahora también a causa de sus propios jinetes. 

Darío no esperó siquiera para comprobar la derrota de su ala derecha. En el momento que su ala izquierda sucumbió ante el impetuoso ataque de Alejandro, emprendió la huida en su cuadriga, que le transportó con mucha rapidez mientras el terreno fue llano, pero cuando se encontró entre las gargantas rocosas que se extendían hacia el este y hacia el norte, tuvo que abandonarla junto con diversas armas y prendas de vestir, y cabalgar a lomos de su caballo. Se cuenta que los caballos que tiraban su cuadriga habían sido heridos y se volvieron incontrolables, y que el caballo que montó en último lugar iba detrás de su cuadriga en previsión de una emergencia como la actual. En cualquier caso, la caída de la noche salvó al rey persa de la implacable persecución de Alejandro. 

Los historiadores de la antigüedad nos hablan de 100000 muertos y 10000 bajas de caballería en el ejército de Darío en Isso. En cualquier caso, es probable que resultaran muertos muchos más en la desordenada huida que siguió a la batalla que en el desarrollo mismo del combate, circunstancia que no era rara en las guerras de la antigüedad. Se ha resaltado que Alejandro, prudentemente, abandonó la persecución del enemigo a fin de proteger a su agobiada falange macedonia. Sin embargo, aún quedaba suficiente luz diurna, y una vez hecho esto reanudó su persecución. La presa era ahora el mismo Darío, pero su cuadriga abandonada y su equipo fueron, por entonces, las únicas recompensas que Alejandro consiguió. 

En esa situación, el ejército macedonio ocupó rápidamente el campamento persa, donde hicieron prisioneras a las damas de la casa real, que le habían acompañado en la campaña. Entre ellas se encontraba la esposa ele Darío (que era también su hermana) con su hijo pequeño y su madre. Dos de sus hermanas fueron también capturadas junto con algunas otras nobles clamas persas que le atendían. 

También dejaron abandonado dinero. Arriano apunta más bien a la ligera «no más de 3000 talentos». Pero probablemente intenta establecer con ello una comparación con el botín, mucho más grande, que esperaba a los vencedores cuando ocuparon el cuartel general persa en Damasco. Un talento equivalía a 6000 dracmas, y ochenta años antes un dracma había sido un alto jornal diario para un remero de la marina ateniense. Pero en Isso, con seguridad, habría dinero suficiente para pagar y suministrar al enorme ejército de Darío a lo largo de la campaña previamente planificada. 

Alejandro trató con gran caballerosidad a las damas persas que habían caído bajo su poder. Creyendo que Darío estaba muerto lloraron histéricamente, pero Alejandro mismo las confortó contándoles la huida del rey. El, dijo, no tenía ninguna queja personal contra Darío, sino que simplemente luchaba en pos de una reivindicación política legítima: el control de Asia. 

Aunque Alejandro tenía una herida de espada en la pierna, asistió al honroso entierro de sus muertos y visitó a todos sus heridos ofreciéndoles consuelo y felicitándoles, y otorgando recompensas a aquellos que las habían merecido en la batalla. Mientras tanto, Darío continuaba su huida hacia el este. A él se habían unido otros fugitivos hasta un total de unos 4000 hombres; su intención principal era poner el río Éufrates entre él y Alejandro tan pronto como fuera posible. 

Unos 8000 soldados griegos que habían desertado anteriormente de Alejandro pasándose a Darío, también huyeron hacia el oeste. Cuando alcanzaron la costa fenicia en Trípolis, cerca del monte Líbano, encontraron los buques que les habían traído anteriormente desde Lesbos. Los barcos sobrantes fueron incendiados para que no pudieran ser utilizados por las fuerzas perseguidoras. Algunos de estos fugitivos navegaron a Egipto vía Chipre y otros, probablemente, se pusieron al servicio del rey Agis de Esparta, que no se había comprometido a apoyar a Alejandro en su guerra «panhelénica». Algunos persas de alta graduación, más valientes que el propio Darío, murieron en la batalla, muchos de ellos eran supervivientes del Grànico. 

Considerando cuan decisiva fue esta victoria de Alejandro, la duración real del combate, a pesar de toda su violencia, debió de ser extraordinariamente corta. La batalla tuvo lugar en un día de noviembre, sin embargo parece que hubo luz diurna suficiente para efectuar una larga persecución del ejército derrotado. Por la mañana, Alejandro había avanzado lenta y deliberadamente hacia las posiciones persas, y hubo tiempo suficiente para que ambos bandos se observaran mutuamente y reordenaran sus líneas de batalla de acuerdo con ello. La duración de la batalla propiamente dicha no pudo haber sido mayor de unas cuantas horas. 

Arriano, a pesar de la mención a las bajas sufridas por la falange, no da cifras totales de las perdidas macedonias. Otros escritores están de acuerdo con Arriano y entre sí, en las cifras de los muertos persas, pero difieren en las relativas a las de Alejandro. Sin embargo, es probable que el ejército victorioso no tuviera más de unos cientos de muertos.


Alejandro Magno (Parte 1)
Alejandro Magno (Parte 2)
 
Alejandro Magno (Parte 3)
Alejandro Magno (Parte 4)

 

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