miércoles, 21 de septiembre de 2011

Alejandro Magno (Parte 7) El asedio de Tiro

EL ASEDIO DE TIRO 

Habiendo sido aceptado por otras ciudades fenicias. Alejandro tenía la esperanza de recibir el sometimiento de Tiro sin derramamiento de sangre. El rey de Tiro, al igual que el rey de Aradus, estaba ausente al servicio de la flota persa en el Egeo; sin embargo, sus enviados le recibieron cuando se aproximaba a la ciudad y le aseguraron en términos generales que sus gobernantes estaban dispuestos a ponerse a su disposición. Él puso a prueba su buena voluntad expresando su deseo de ofrecer sacrificios en el santuario de Hércules que había dentro de la ciudad, puesto que los tirios reconocían a un dios fenicio que era conocido por los griegos como Hércules y de cuya deidad Alejandro pretendía descender. Desgraciadamente la buena voluntad tiria no llegó tan lejos como para concederle la autorización que buscaba, diciendo que mientras que la cuestión entre los reyes de Macedonia y de Persia no estuviera decidida, ellos no podían tomar partido por uno u otro. En pocas palabras: no le permitirían entrar en la ciudad.

El principal objetivo de esta campaña de Alejandro consistía en no dejar ninguna base persa a sus espaldas antes de continuar su marcha hacia el este para reanudar las hostilidades con el propio Darío. No podía hacer ninguna excepción, especialmente en el caso de un poderoso centro naval como Tiro. Las defensas de la ciudad parecían inexpugnables, pero Alejandro al parecer ya se consideraba a sí mismo invencible y, ciertamente, así estaba considerado por los hombres que le seguían. El asedio de Tiro comenzó.

Una operación tan larga y laboriosa se llama con toda propiedad asedio, aunque el primer propósito de Alejandro era penetrar violentamente en vez de obligarla a rendirse por el hambre. En estas aguas, las flotas fenicias que estaban al servicio de los persas tenían aún la supremacía, y la isla de Tiro podía ser fácilmente aprovisionada y apoyada desde el mar. Alejandro, por tanto, decidió construir un muelle desde tierra firme hasta la isla cruzando la estrecha lengua de agua que las separaba, de aproximadamente media milla.

La construcción de este paso sobre el agua progresó rápidamente al principio; el agua cerca de tierra firme era superficial y el fondo cenagoso, y el material de construcción compuesto de rocas y madera era fácilmente asequible. Enseguida se clavaron estacas en el barro que, a su vez, constituía un buen material para la unión de los bloques de piedra que se utilizaban en la parte superior. Pero más adentro el mar profundizaba rápidamente y cerca de la isla alcanzaba una profundidad de tres brazas. La tarea de los constructores aquí se hizo difícil y peligrosa: no solamente tenían que luchar contra la profundidad del agua, sino que estaban dentro del alcance de las armas arrojadizas desde las murallas de la ciudad. Más aún, los tirios podían llegar remando con sus galeras desde el mar y hostigar a los constructores, haciendo su trabajo prácticamente imposible.

Alejandro replicó a estas tácticas construyendo dos torres encima del muelle, cubriendo sus estructuras de madera con pieles para protegerlas contra los proyectiles y hacer la madera menos vulnerable a un ataque incendiario. Montó catapultas de artillería sobre las torres y, de esta manera, pudo repeler las incursiones de los buques enemigos mediante el lanzamiento de proyectiles pesados. Los tirios se dieron cuenta entonces de que debían destruir a toda costa las torres, y para ello recurrieron a la utilización de un barco incendiario. Prepararon un buque de gran capacidad, que había sido anteriormente un transporte de caballerías, llenándolo de piezas de madera, astillas, brea, azufre y todo tipo de material combustible que tenían a mano. Se lijaron brazos de doble verga a los mástiles y de allí se colgaron calderas con sustancias aceitosas apropiadas para alimentar las llamas. El barco incendiario también fue lastrado en la popa de tal forma que su proa se levantaba sobre el borde del muelle y llegaba cerca del pie de las torres. Cuando estuvo listo fue remolcado por trirremos, y la tripulación que había maniobrado el viejo casco se lanzó al agua alejándose tranquilamente a nado después de que aquél fuera incendiado.

El resultado fue el que habían esperado: las torres pronto estuvieron en llamas. Otras galeras tirias acudieron navegando hasta cerca del muelle, descargando una cortina de proyectiles que impidieron a las unidades contraincendios de Alejandro que se aproximaran a las torres. Simultáneamente se efectuó la salida de la ciudad en pequeños botes, realizándose desembarcos ocasionales en el muelle y destruyendo sus empalizadas defensivas. Las catapultas de artillería que habían escapado del desastre ocasionado por el barco incendiario fueron posteriormente incendiadas, a su vez, por los atrevidos asaltantes.

Evidentemente esto significó un gran revés para Alejandro; pero como buen estratega poseía una paciencia infatigable que contrastaba extrañamente con la fiera impetuosidad de sus tácticas en la batalla. Dio entonces órdenes para que el muelle fuera ampliado para poder acomodar un mayor número de torres; también deberían ser construidas más catapultas de artillería. Mientras estos trabajos se realizaban, se llevó consigo a un contingente de hypaspistas y tropas ligeras agrianianas, y regresó para visitar de nuevo a los fenicios amigos de Sidón, donde había dejado sus propios trirremos: necesitaba disponer de una flota, ya que sin superioridad en el mar. Tiro no podría ser capturado.

Mientras tanto, los jefes navales de las ciudades fenicias de Aradus y Biblos, impresionados por la victoria de Alejandro en Isso, abandonaron al almirante persa Autofradates, en cuya flota habían estado sirviendo, y desertaron pasándose al lado de Alejandro. También le llegaron diez trirremos desde Rodas; se le unieron otros trece barcos de ese tipo procedentes de las ciudades de las costas de Licia y Cilicia, y una galera de 50 remos le llegó desde la misma Macedonia. La deserción masiva de los fenicios con 80 buques tuvo repercusiones en Chipre, cuyos jefes estaban también deseosos de ponerse del lado del vencedor, y una flota combinada chipriota compuesta por 120 buques no tardó en llegar navegando hasta Sidón incrementando la creciente flota de Alejandro que permanecía allí preparada.

Se podría considerar que Alejandro tuvo un gran golpe de suerte, ya que los barcos le llegaron justamente cuando más los necesitaba. Por otra parte, sin embargo, el suceso podría ser considerado como la merecida consecuencia psicológica de su resonante victoria en Isso. En cualquier caso, él no tuvo inconveniente en perdonar la anterior hostilidad de sus nuevos aliados hacia él, considerando su adhesión anterior a la causa persa como un caso de fuerza mayor.



Operaciones navales 

Mientras se terminaba la construcción de las máquinas de artillería, Alejandro realizó una incursión al interior del territorio árabe, y tras una demostración de fuerza de diez días de duración, en los que empleó varios escuadrones de caballería junto con los hypaspistas y agríanos, obtuvo la sumisión de la población de esa zona. Probablemente Alejandro considerara la incursión como un ejercicio de entrenamiento militar, pero en cualquier caso casaba bien con su estrategia general de no dejar ningún enemigo activo a sus espaldas.

A su regreso de esta expedición se encontró con que Cleander, el hijo de Polemocrates, al que había enviado a Grecia para reclutar mercenarios había regresado con un cuerpo de 4000 soldados del Peloponeso. Estaba por tanto bien preparado para iniciar una nueva confrontación con los tirios. En lo referente a la fuerza naval, se habían cambiado las tornas en favor de Alejandro, sin que aquéllos ni siquiera se dieran cuenta hasta que estuvo listo para la batalla de que su flota había aumentado dramáticamente, gracias a los contingentes fenicios y chipriotas.

Al frente de la flota desde un buque situado en el ala derecha, había tenido la esperanza al principio de poder tentar a los tirios a un combate naval en mar abierto. Había apostado marinos en las cubiertas de sus galeras y estaba preparado tanto para el abordaje como para el empleo de las tácticas de ariete. Sin embargo, cuando vieron la superioridad numérica de las fuerzas formadas contra ellos, los tirios, prudentemente, evitaron la confrontación y se concentraron simplemente en proteger la entrada de sus puertos ante un inminente enemigo; el combate por tanto se realizaría en aguas estrechas, donde la superioridad numérica de Alejandro no podía ser desplegada en su ventaja.

Los dos puertos de la isla estaban orientados al norte y al sur respectivamente, uno hacia Sidón y el otro hacia Egipto. Viendo que sus entradas estaban muy defendidas, Alejandro no intentó forzar la entrada inmediatamente. La bocana del puerto norte estaba bloqueada por trirremos amarrados con la proa vuelta hacia aquél. Sin embargo, las galeras fenicias de Alejandro hundieron tres buques enemigos que estaban anclados en una posición ligeramente más desprotegida, embistiéndolos frontalmente. Las tripulaciones pudieron escapar con relativa facilidad regresando a nado al territorio amigo de la isla.



Tras este breve encuentro, Alejandro ancló sus buques a lo largo de la costa y acampó en un terreno adyacente, en un punto en que el muelle ofrecía cierta protección del mal tiempo. Su propio cuartel general estaba situado orientado hacia el puerto sur de la isla. Alejandro dio la orden de que la flota chipriota bloqueara el lado norte de la isla, y los fenicios el sur.

Él, mientras tanto, había reclutado un gran número de artesanos, tanto de la costa chipriota como fenicia, por lo que la construcción de máquinas de asedio se hizo rápidamente; éstas fueron instaladas en los extremos del muelle y sobre barcos de asedio compuestos por transportes y lentos trirremes, que Alejandro había mandado anclar alrededor de la ciudad en preparación para el bombardeo de las altas murallas. (Estas murallas se dice que tenían 150 pies de alto en el lado que estaba frente al muelle, pero incluso suponiendo que esta cifra se refiera a la altura de las torres y no a la de las murallas propiamente dichas, la cifra parece exagerada. El mausoleo de Halicarnaso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, tenía solamente 134 pies de altura. La mampostería que había frente al muelle era impresionante y estaba compuesta por grandes bloques de piedra unidos con mortero. Encima de éstos, los tirios habían construido torres de madera a fin de aumentar la ventaja de la altura, y desde allí lanzaban lluvias de proyectiles de todas clases, incluyendo dardos incendiarios, sobre los buques de asedio. Como medio adicional, apilaron rocas en el mar debajo de las murallas y así mantenían los barcos de Alejandro a cierta distancia. Este intentaba arrojar las piedras tan lejos como le era posible, pero esto tenía que realizarse desde los barcos que estaban anclados en las proximidades. Los tirios blindaron adecuadamente algunos de sus trirremos, y se lanzaron contra los barcos de asedio anclados cortando sus amarras. Alejandro respondió blindando algunos de sus propios barcos ligeros (de treinta remos) para obstruir a los trirremos enemigos. Los tirios, a su vez, enviaron buceadores para cortar las amarras, sin embargo, Alejandro las sustituyó por cadenas que no podían ser cortadas. En cuanto a las operaciones terrestres, sus hombres consiguieron lanzar sogas desde el muelle y lazar algunas de las rocas que habían sido arrojadas al fondo del mar; éstas fueron trasladadas con grúas y lanzadas al agua profunda, donde no ofrecieran dificultad ni peligro. De esta manera, la aproximación a la muralla quedaba despejada y los barcos de Alejandro pudieron llegar hasta su mismo pie sin ser molestados.

Los tirios, cada vez más conscientes del peligro que corrían, llegaron a la conclusión de que deberían desafiar a la flota bloqueadora en una acción naval, y para ello decidieron atacar el contingente chipriota eligiendo la hora del mediodía, la más calurosa, cuando la vigilancia de los atacantes estaba más relajada y el mismo Alejandro se había retirado a descansar a su tienda.

Con esta finalidad dotaron a tres quinquerremos, tres cuadrirremos y siete trirremos de tripulaciones escogidas y los mejores accesorios de combate que pudieron reunir. Las velas de los barcos tirios situados en el puerto fueron utilizadas para ocultar sus preparativos, y los hombres subieron a bordo sin ser observados por los vigilantes enemigos tanto en mar como en tierra. La flotilla tiria, seguidamente, se deslizó fuera del puerto norte en una línea de avance formando un cierto ángulo, de forma que pasó desapercibida para el enemigo. A bordo se mantenía un silencio absoluto, y ni siquiera los contramaestres marcaban el ritmo a los remeros. Hasta que no llegaron a la vista de los chipriotas no se permitieron emplear las voces de mando ordinarias y lanzar sus gritos de guerra. De este modo, consiguieron un formidable ataque sorpresa. En la primera ofensiva, embistieron y hundieron los quinquerremos del rey chipriota Nitagoras, así como los de Androcles y Pasicrates, de las ciudades chipriotas de Amathus y Gurion, respectivamente. Otros barcos chipriotas fueron empujados a tierra y destrozados; el ataque se había producido cuando la mayor parte de la flota chipriota anclada estaba desatendida.

Sin embargo, los tirios no fueron del todo afortunados, pues sucedió que ese día Alejandro no había tomado su siesta habitual, sino que regresó casi inmediatamente a los barcos. Dándose cuenta rápidamente de la salida del enemigo, reaccionó inmediatamente ordenando a sus hombres que subieran a bordo. Los primeros buques que tuvieron sus tripulaciones completas fueron enviados a bloquear la entrada del puerto sur para asegurarse de que no se realizaría ninguna salida desde allí. Seguidamente salió al mar con unos cuantos quinquerremos y unos cinco trirremos, navegando alrededor de la ciudad para combatir a los enemigos que habían salido anteriormente.

Los vigilantes tirios situados en las murallas, que observaban los movimientos de Alejandro, intentaron avisar a sus camaradas en el mar y en la costa próxima, pero los marineros estaban ensordecidos por el estruendo ocasionados en su operación de destrozo de los buques anclados. Cuando comprendieron lo que sucedía era demasiado tarde, sólo unos cuantos barcos consiguieron regresar a puerto a tiempo. La mayoría fueron embestidos y dejados fuera de servicio, y un quinquerremo y un cuadrirremo fueron capturados por los hombres de Alejandro. Sin embargo, las bajas humanas no fueron muchas, ya que los tripulantes tirios, como sucedía frecuentemente en los combates marítimos de la antigüedad, se salvaron huyendo a nado.



La rotura de la muralla


Las murallas de Tiro estaban ahora sitiadas desde muy cerca; la salida de los defensores había sido un éxito costoso y limitado. Las murallas, sin embargo, representaban todavía un formidable obstáculo. En el norte, el contingente griego remolcó máquinas de asedio, pero la solidez de las paredes desafió sus esfuerzos. En el sur, una parte de la muralla había resultado ligeramente dañada, y se había hecho una pequeña brecha, en la que se lanzaron escalas de forma provisional, pero el grupo de asalto macedonio que intentó utilizarlas fue fácilmente rechazado por los tirios. Sin embargo, después de un intervalo de tres días, en el que había mejorado el tiempo, fueron traídas a ese punto más máquinas de asedio y la brecha fue ampliada. Dos barcos que transportaban escalas, al mando de Armetus y Coeno respectivamente, se aproximaron dejando el camino expedito para un nuevo asalto. Éste fue realizado por las mejores tropas de Alejandro: los hypaspistas quedaron al mando de Admetus, que se distinguió por su valor en esta acción. Los Asociados de a pie fueron dirigidos por Coeno, quien posteriormente sería uno de los jefes de más confianza de Alejandro.

Al mismo tiempo se realizaron amplias acciones diversionarias y de engaño alrededor de todo el perímetro de la ciudad, mientras que los barcos de asedio se acercaban por todas partes hasta las murallas y ya se habían realizado intentos de penetrar en los dos puertos. El sector de la muralla en el que el mismo Alejandro tomaba parte en el asalto fue el primero en ser capturado, y Admetus, el primer hombre en llegar a las almenas. Algunas de las torres que coronaban las murallas fueron ocupadas, y esto dio a los macedonios el control sobre las almenas situadas entre las torres. Pronto los hombres de Alejandro se abrirían paso combatiendo dentro de la misma ciudad.

Después de que los tirios hubieran sido arrojados de las murallas continuaron defendiendo el Agenorium, situado en el extremo norte de la ciudad, una ciudadela llamada así en honor del legendario rey Agenor de Tiro. Muchos de los defensores murieron combatiendo en sus puestos, otros fueron dispersados por Alejandro y sus hypaspistas. La ciudad fue invadida a continuación, tanto desde los puertos como desde las murallas. La flota fenicia de Alejandro rompió la barrera sur y destruyó los barcos que estaban allí cobijados. En el lado norte no había barrera y los chipriotas encontraron poca resistencia para penetrar en el interior. Cuando las tropas de Coeno entraron en la ciudad la escena era una masacre sangrienta. Los macedonios estaban furiosos por la longitud del asedio y también por un incidente producido en el que los tirios habían matado a algunos prisioneros en las murallas ante los ojos de los sitiadores.

Ocho mil tirios fueron muertos. De las fuerzas de Alejandro, se cree que unos 400 macedonios perdieron sus vidas en el asedio; de éstos, 20 eran hypaspistas que cayeron con el heroico Admetus en el asalto final. En la ciudad, en la época de la captura había muchos peregrinos cartagineses que estaban visitando su ciudad madre, según la costumbre para rendir honor a Melkart, el Hércules fenicio, en cuyo templo se refugiaron. A éstos, Alejandro les perdonó; sin embargo, otros forasteros junto con los supervivientes tirios fueron vendidos como esclavos, unas 30000 personas en total.

Alejandro ofreció sacrificios a Hércules en cumplimiento de su anterior propósito declarado. Se suponía que el dios estaría sumamente complacido por el trato otorgado por una ciudad donde había recibido el supremo honor. El asedio total había durado siete meses, de enero a julio del 332 a.C.



Interludio egipcio

Antes de que Tiro fuera tomada, Alejandro había recibido otra carta de Darío. El rey persa le ofrecía 10000 talentos como rescate por las damas de su familia capturadas y todo el territorio persa situado al oeste del Éufrates, junto con la mano de su hija en matrimonio. Alejandro replicó que ya poseía y controlaba el territorio en cuestión y que era libre de casarse con la hija de Darío con o sin el consentimiento de su padre. Si Darío tenía algún favor que pedir, debería venir hasta Alejandro y pedirlo en persona.

Alejandro seguidamente marchó a Egipto en busca de su siguiente objetivo estratégico, que consistía en asegurar toda la línea de costa oriental del Mediterráneo. Ninguna ciudad se atrevió a oponerle resistencia, con la única excepción de Gaza. Este puesto fortificado fue defendido con tanto fanatismo como Tiro: su jefe feneció reclutó a su servicio grandes contingentes de mercenarios árabes y acaparó grandes cantidades de provisiones. A diferencia de Tiro, sin embargo, Gaza no era una isla, y Alejandro rodeó las murallas de la ciudad con un terraplén que él mismo construyó. Después de varias salidas y contrasalidas, consiguió minar y horadar las torres de la muralla y poner escaleras contra la maltrecha fortificación. Gaza fue finalmente tomada y la mayor parte de los hombres de su población murieron combatiendo; las mujeres y los niños fueron vendidos como esclavos.

Con los ejemplos de Tiro y Gaza ante ellos, los egipcios no estaban en condiciones de oponerse a Alejandro. En cualquier caso, Egipto no era una provincia igual a otras del imperio persa. Había sido conquistado en el 525 a.C. por el rey persa Cambyses. La resistencia con éxito de los griegos a las invasiones persas de los años 490 y 480 a.C. habían demostrado que los persas no eran invencibles y Egipto había permanecido turbulento y rebelde durante gran parte del siglo V, recuperando la independencia en el 404 a.C. Solamente unos años antes de la llegada de Alejandro había sido reconquistado por Persia. Sabaces, gobernador persa de Egipto, había muerto en Isso y su sucesor aceptó a Alejandro sin reparos.

Los egipcios consideraron al rey macedonio como un libertador, y él, a su vez, aduló el sentimiento nacional egipcio haciendo un ostentoso honor a sus dioses. Alejandro recibió el tesoro oficial de Mazaces, el nuevo gobernador, y puso una guarnición en Pelusium, en el extremo oriental del delta del Nilo. Realizó una excursión por el desierto vía Heliópolis y Menfis, la antigua capital egipcia y santuario religioso, regresando Nilo abajo hasta su desembocadura al norte de Mareotis.

No es siempre posible encontrar un motivo puramente militar en los movimientos de Alejandro. De Egipto marchó a través del desierto para visitar el oráculo de Amón en el oasis libio de Siwa. Es posible que le impulsaran la piedad o la curiosidad o una mezcla de ambas. El mando de un ejército conquistador, en todo caso, le permitía viajar con toda comodidad. Se dice que en Siwa el oráculo aclamó a Alejandro como hijo de Zeus, con el cual se identificaba en Egipto al dios Amón. Quizás Alejandro interpretara demasiado literalmente lo que era meramente una forma de cortesía, pero siempre estaba dispuesto a aceptar honores divinos.

A su regreso a Menfis reorganizó la administración política de Egipto, sustituyendo a los funcionarios persas por egipcios, pero dejó las guarniciones de Pelusium y Menfis al mando de sus propios oficiales. Mientras tanto, otros refuerzos más modestos se unieron a él procedentes del área del Egeo: 100 mercenarios griegos enviados por Antipater y 500 soldados de caballería tracios. Hegelochus, el victorioso comandante de Alejandro en el noreste del Egeo, había llegado también a Egipto trayendo consigo prisioneros; sin embargo, Pharnabazus, el almirante persa capturado en Chios, había conseguido escapar.

Normalmente los hombres a los que Alejandro dejaba el control de su administración militar estaban bien escogidos; sin embargo, había inevitables excepciones. A cargo de su tesoro militar, mantenía a un funcionario civil llamado Harpalus; este hombre junto con otros se había puesto al lado de Alejandro en el curso de las luchas domésticas e intrigas palaciegas durante la vida de Filipo, y junto con otros había sufrido el exilio como consecuencia de ellas. Alejandro, al acceder al trono había llamado a los exiliados y les había recompensado con puestos de confianza, una confianza de la que este hombre al menos demostró no ser merecedor. Según parece Harpalus no permaneció en Egipto, sino que sirvió con el ejército como pagador, cuando otros pagadores anteriores fueron asignados al Tesoro Egipcio. Sin embargo, llegaría el día en que Harpalus estaría de nuevo en situación de abusar de su cargo, y así lo haría.

Alejandro había terminado la primera fase de su gran estrategia. Había asegurado firmemente todo el litoral este mediterráneo, y en el verano del año 331 marchó de nuevo hacia el este en persecución de Darío, llegando a Thapsacus, a orillas del Éufrates, en agosto. Las fuerzas de Darío, al mando de su oficial Mazaeus, habían protegido el cruce del Éufrates contra la guardia avanzada macedonia, pero huyeron al enterarse de que el mismo Alejandro se aproximaba. Ciertamente, con sólo 3.000 soldados de caballería en total, no podían hacer otra cosa.

Tras cruzar el Éufrates, Alejandro no marchó directamente sobre Babilonia, que podría parecer su más evidente próximo objetivo, sino que giró hacia el norte rodeando la base de las montañas armenias, donde el forrajeo era más fácil y el calor menos opresivo. Pero probablemente él ya sospechaba (como sus exploradores pronto le confirmaron) que Darío le esperaba al otro lado del Tigris listo para caer sobre su retaguardia si giraba hacia el sur. Al mismo tiempo, según la información que había recibido, parecía que los persas intentaban bloquear su travesía si intentaba cruzar el río por ese lugar. De hecho, en el punto situado más arriba por donde finalmente cruzó, el Tigris no estaba defendido. Esto no significa que la travesía fuera fácil, pues sus hombres estuvieron en peligro de ser arrastrados por la velocidad de la corriente y necesitaron un buen descanso después de haber vencido este obstáculo.

Tampoco fue el Tigris el último peligro natural con el que se enfrentó Alejandro en este tiempo. Un eclipse de luna había provocado convulsiones violentas entre sus soldados debido a la superstición, que podrían haber acabado en un amotinamiento. Sin embargo, los videntes egipcios que había tomado consigo en su marcha hacia el este, le hicieron un buen servicio debido al gran respeto que les tenían por sus conocimientos y sabiduría: éstos sabían perfectamente que los eclipses lunares están causados por los movimientos regulares del sol, la luna y la tierra. Sin embargo, su conocimiento de la astronomía estaba suplementado por, al menos, un conocimiento igual de la naturaleza humana, y en vez de intentar explicar los movimientos de los cuerpos celestiales, declararon que el eclipse era un buen augurio que significaba la victoria de Alejandro en un próximo futuro. El ejército volvió a recuperar de nuevo la confianza, con lo que quedó probado que los egipcios ayudaron a la causa macedonia.

Alejandro Magno (Parte 1)
Alejandro Magno (Parte 2)
Alejandro Magno (Parte 3)
Alejandro Magno (Parte 4)
Alejandro Magno (Parte 5)
Alejandro Magno (Parte 6)

No hay comentarios:

Publicar un comentario